En mi comentario de ayer incluí un par de frases -véanse las siete últimas líneas del comentario infra- que no gustaron a algunos de los habituales lectores de esta página. No me interpretaron bien, porque yo no me había expresado con la necesaria precisión.
Pero eso es ahora lo de menos. Lo de más es que casi todas las personas que se tomaron la molestia de escribirme al respecto, a la hora de manifestarme su desacuerdo, me concedían el beneficio de la duda, considerando la posibilidad de que se tratara de un mero malentendido. Que es lo que era.
Hay quien lee -o escucha- tratando de hacerse cargo de lo que el otro quiere decir. Y hay quien lo hace con la esperanza de coger al otro en falta.
Es cuestión de prejuicios. De prejuicios en el sentido más literal de la palabra, es decir, de juicios previos. Favorables o desfavorables.
Imagino que todos los tenemos. De los dos tipos. Según con quien. Nos extrañamos si alguien que nos merece confianza dice o escribe algo que suena a barbaridad, e intentamos averiguar si lo que en realidad pretendía expresar no es lo que nos había parecido a primera vista. A cambio, cuando pensamos que quien habla o escribe es un desastre, no le damos más vueltas: tomamos la aparente barbaridad como otra manifestación más de su modo natural de ser. Como otra más de sus muchas barbaridades.
De esto último Xabier Arzalluz sabe probablemente más que nadie. Cada vez que abre la boca, cientos de periodistas de toda España están con las uñas más afiladas que los lápices, esperando cogerlo en falta. Y si lo que dice da pie a diversas interpretaciones, dese por hecho que la elegida será la peor de todas.
Ayer, el dirigente del PNV criticó duramente el asesinato del director financiero de El Diario Vasco, Santiago Oleaga. Hoy, casi todos los periódicos le atribuyen haber dicho que ese asesinato es una muestra de la «degeneración absoluta» de ETA, porque Oleaga era un mero empleado, que no tenía «ni arte ni parte en la prensa tendenciosa».
Comentarios en tropel: «¡Ya está otra vez el tipo éste con lo de la prensa tendenciosa!». «¡Y qué, si hubiera sido de los que escriben!».
Pero, cualquiera que se tome el trabajo de escuchar la grabación de las palabras de Arzalluz, verá que la expresión «prensa tendenciosa» no la asumía como propia, sino que la ponía en boca de ETA, como la excusa que «suelen alegar» los terroristas. Arzalluz constataba que, antes, ETA pretendía que seleccionaba sus víctimas con algún criterio restrictivo, pero que ahora ya, ni eso. Lo cual no quiere decir para nada que el presidente del PNV considere que lo de antes era mejor, o menos condenable, o que hay gente cuyo asesinato tiene más justificación, o entra más en el terreno de lo entendible: se limita a subrayar que ETA ha descendido otro peldaño más en el abismo de su degeneración. Porque, como decía Machado, no hay nada que sea absolutamente inimpeorable.
También el horror admite grados. Depende del género de análisis que se emprenda. Desde el punto de vista ético, tanto da un atentado como otro. Tanto da que las víctimas sean más o sean menos. Que lleven uniforme o no lo lleven. Con galones o sin ellos. Seleccionadas o pilladas al azar.
Desde el punto de vista político, en cambio, no cabe hacer el mismo análisis del asesinato de un narcotraficante que del atentado de Hipercor, por poner dos extremos.
Ya sé -ya sé- que se trata de asuntos que resulta obligado abordar con pinzas, extremando los matices. Y sé también que Arzalluz no se distingue por su afición a los matices. Pero también sé que no es lo mismo entrar en esas materias cuando quien te lee o escucha está dispuesto a hacer lo posible por entenderte que cuando está decididamente predispuesto a malinterpretarte en cuanto te descuides.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (26 de mayo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
Comentar