Ya deambuló en otra ocasión el espectro de la conciencia por los pasillos del Congreso de los Diputados. Ocurrió cuando se empezó a hablar de la votación del nuevo supuesto despenalizador del aborto. Creo que fue entonces Matilde Fernández la que afirmó que, «tratándose de un asunto tan delicado, en el que están en juego las convicciones más íntimas de cada cual» -o algo así-, convenía que se permitiera a los diputados del PSOE votar «en conciencia».
Confieso que sentí en aquel momento franca curiosidad. ¿Qué aspecto tendrían los diputados socialistas votando en conciencia? Esperé y esperé pacientemente para ver tan inaudito fenómeno, pero pasó el tiempo y nada: lo del aborto no progresó ni a la de tres -el PSOE no quería enfadar a sus socios de CiU y PNV- y no se produjo la votación de marras, ni en conciencia ni desalmada.
Pero hete aquí que, por esas cosas curiosas que tiene la vida, viene lo del suplicatorio de Pepe Barrionuevo y se ven cumplidos de golpe y porrazo mis deseos: el asunto va a merecer una votación «en conciencia». Así lo ha decidido la jefatura del grupo parlamentario socialista, que lidera por poderes -o sea, por falta real de ellos- ese caballerete tan bienhumorado, cachazudo y sincero -sobre todo sincero, hagámosle justicia- que responde por Almunia.
La impaciencia me corroe: ¡el próximo jueves vamos a asistir por fin, españoles todos, después de trece largos años de atribulada espera, a una votación socialista en conciencia! ¿Se dan cuenta ustedes? ¡Ríanse de los cerdos de tres cabezas: para cosa admirable, ésta!
Me hago perfecto cargo de que no se trata de ensombrecer tan augusta y meritoria circunstancia con pijaicas y tiquismiquis, pero, de todos modos, me parece de rigor llamar la atención sobre el hecho de que, si los parlamentarios del PSOE han resuelto como un solo hombre que el jueves van a votar en conciencia, nos reconocen por las mismas que el resto de las veces, ay, no votan en conciencia.
Lo cual conduce a un par de conclusiones un tanto enojosas. La primera, de tipo legal -que pongo en conocimiento del fiscal general, como se estila ahora-, es que admiten que lo normal para ellos es pasarse por salva sea la parte el artículo de la Constitución que prohíbe a los diputados someterse a mandato imperativo: deberían votar siempre en conciencia, según su saber y entender, pero ellos nos confiesan tranquilamente que nada, que ni caso. Está feo.
Pero mucho más feo todavía está que reserven su conciencia para una ocasión como ésta. Que no la saquen a pasear cuando deciden sobre las leyes que condicionan el destino de los trabajadores, de las mujeres, de los jóvenes, de los inmigrantes, de la Naturaleza... y sólo se acuerden de que tienen conciencia cuando lo que está en cuestión es el problemático destino de un compinche en apuros.
El lunes se cumplen veinte años. El general puede descansar en paz. Al menos las conciencias sí que las dejó atadas y bien atadas.
Javier Ortiz. El Mundo (18 de noviembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de noviembre de 2010.
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