Quisiera referirme a la noticia del día con el debido respeto para quienes no piensen, no sientan y no crean como yo, pero reclamando de ellos, a su vez, el necesario respeto para quienes pensamos de modo muy distinto y creemos tan sólo en las cosas que nos parecen creíbles, entre las cuales no figura la hipótesis de que haya un Dios, y menos todavía uno que cuente con un representante en la Tierra.
Los católicos deben asumir que los no católicos examinemos la personalidad de Karol Wojtyla desde una perspectiva desprovista de la menor dimensión trascendente: para nosotros, con toda la razón (o con toda la Razón, con mayúscula), se trata del dirigente mortal de una congregación humana, cuyas acciones evaluamos con criterios éticos y políticos estrictamente terrenales.
Fijada esta premisa elemental, ¿qué balance cabe hacer del largo ejercicio de Wojtyla como jefe del Estado vaticano y de la Iglesia católica?
Apuesto cualquier cosa a que las páginas de cientos de periódicos de todo el mundo incluirán hoy artículos editoriales que se referirán a la trayectoria del Papa polaco con idéntico criterio: figura controvertida, lo positivo y lo negativo, personaje de difícil clasificación, luces y sombras... Y que, cuando entren en materia, dirán que las luces hay que ponerlas en su honda preocupación social y su lucha por la paz, mientras las sombras recaen sobre sus posiciones retrógradas en materia de costumbres, familia, sexo, etcétera.
Harán trampa. Un balance correcto requiere el uso de magnitudes comparables.
La supuesta «honda preocupación social» y la tan mentada «lucha por la paz» de Karol Wojtyla no ha traspasado jamás la frontera de las proclamas y los discursos. En la práctica, ha mantenido siempre excelentes relaciones con los alimentadores del becerro de oro, lo mismo que con los señores de la guerra del mundo entero. Nunca rompió relaciones con ninguno de ellos. Para juzgar su preocupación por la pobreza, me basta con constatar que ni se le ocurrió la posibilidad de poner en venta así fuera una pequeña parte de las inmensas riquezas que posee la Iglesia católica -en terrenos, en edificios, en obras de arte- para dar con ello algún socorro a los parias del orbe entero.
En cambio, las batallas que ha encabezado contra el control de la natalidad, contra el uso de profilácticos en las relaciones sexuales, contra la igualdad de derechos de las mujeres (dentro de su propia Iglesia, para empezar), contra el derecho al aborto, contra el divorcio, contra los avances de la genética con fines terapéuticos... y un largo etcétera, han sido reales y muy reales, materiales y muy materiales, y han tenido graves consecuencias para millones de personas a lo largo y lo ancho del mundo.
No lo digo yo, ni la sentencia es mía: «Por sus hechos los conoceréis.»
Javier Ortiz. El Mundo (2 de abril de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de mayo de 2018.
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