Aznar dice que su Gobierno y su partido «han estado, están y estarán» abiertos al diálogo institucional, pero no al diálogo «contra las instituciones».
Es una falsedad manifiesta. Durante la pasada legislatura vasca, Iturgaiz desdeñó no pocas convocatorias del lehendakari Ibarretxe. Pero es igual. Interesa más precisar que los diálogos no son obligatoriamente institucionales o antiinstitucionales. Hay otros diálogos posibles.
Uno es el diálogo con ETA, que Aznar intentó (y que Mayor Oreja boicoteó).
El problema del diálogo con ETA, en este momento, no es que pudiera resultar institucional o antiinstitucional. Es que no conduciría a nada. Las condiciones que pone la organización terrorista para el cese de su violencia son inaceptables. No ya para el Estado sino para la propia población concernida (especialmente la de Navarra y el País Vasco francés).
Mientras ETA no se avenga a tener en cuenta el ser y los deseos del pueblo vasco realmente existente, dialogar con ella, por mucho ánimo constructivo que se tenga, sería perder el tiempo. En consecuencia, y hasta que ETA descienda a tierra, hemos de prepararnos para la pervivencia del terrorismo.
Pero prepararse no es resignarse. Cabe afrontarlo. Y contrarrestarlo.
Cabe recurrir, por supuesto, a las fuerzas policiales y judiciales. Y hay que hacerlo (con más rigor jurídico y menos vedetismos, a poder ser).
Pero, en todo caso, conviene no atribuir efectos taumatúrgicos a la aplicación de la ley, por necesaria que sea.
La ley sirve para lo que sirve. El generoso uso que de ella se ha hecho en los últimos años apenas ha recortado el apoyo social con el que cuenta ETA. (Se equivocan quienes creen que EH perdió el 13-M el 50% de su base electoral. Se ha quedado sin la mitad de sus escaños, pero no de sus electores. El pasado domingo obtuvo el favor de 143.000 ciudadanos: sólo 17.000 menos que en las elecciones de 1995. Otra cosa son los 223.000 votos que logró en 1998 en las tres provincias de la comunidad vasca: entonces EH estaba en Lizarra y ETA de tregua. Eran otras circunstancias).
El modo de minar la base social de ETA pasa por privarle de argumentos.
¿Cómo? Eso es precisamente lo que debe establecerse mediante el diálogo.
Joseba Egibar ha hablado de la conveniencia de un «desarme verbal». Comprendo que cualquier expresión que aluda a las armas en relación al País Vasco, así lo haga de manera metafórica, suscita una inevitable prevención. Pero está claro lo que ha querido decir: para que pueda existir un diálogo constructivo entre el conjunto de las fuerzas políticas comprometidas con la causa de la paz, lo primero que tiene que haber es una disposición mutuamente favorable. Dar por hecha la buena fe del otro. No demonizar por principio ninguna ideología: ni el nacionalismo vasco ni el nacionalismo español. Lo cual implica renunciar a servirse del activismo armado de ETA como arma arrojadiza a la hora de las inevitables querellas políticas. Por decirlo gráficamente: dejar de pintar de una puñetera vez a Arzalluz con capucha. O a Aznar revestido de Santiago matamoros.
Establecida esa premisa -ciertamente elemental- y entablado el diálogo con ánimo constructivo, el objetivo no podría ser otro que el de reflexionar conjuntamente sobre cómo conseguir que la amplia mayoría de vascos que está disconforme en una u otra medida con el actual marco constitucional encuentre el modo de convivir leal y pacíficamente con la muy amplia minoría -igual de vasca- que se siente plenamente española y quiere seguir siéndolo.
El enunciado es fácil. Ya sé que su materialización no. Pero tengo para mí que el reconocimiento colectivo de que ese problema existe, y de que existe en esos términos -como un problema social, humano; no como un conflicto entre dogmas o presupuestos abstractos e intangibles-, sería ya un gran avance con respecto a la situación actual.
No soy yo quién para indicar a los partidos políticos a qué principios deberían atenerse a la hora de dialogar y de tratar de buscar una salida razonable al maldito embrollo vasco, pero se me ocurren algunos criterios generales que tal vez no estaría mal que tuvieran en cuenta.
Uno, en el que me parece que convendría que fueran reflexionando los dirigentes del PP, empezando por el propio Aznar, y también los del PSOE, e incluso los del PSE: sería bueno que el conjunto de la población vasca tuviera constancia concreta de que existen vías pacíficas por las cuales puede plantear -y, llegado el caso, materializar- sus aspiraciones mayoritarias. Llámenle ustedes a eso, si quieren, «ámbito vasco de decisión». Yo prefiero llamarlo democracia, sin más.
Otro, que creo que deberíamos considerar los vascos que no nos sentimos abertzales (quiero decir: tanto los que no somos nacionalistas como los que son nacionalistas españoles): la mayoría del pueblo vasco tiene derechos que merecen ser respetados. Y atendidos.
Un tercer criterio, este para uso de los partidos abertzales: deben entender que la inmensa minoría del pueblo vasco que no comulga con su ideario también tiene derechos, igualmente respetables y no menos atendibles. En consecuencia, deben renunciar a propugnar cualquier solución que maltrate o haga la vida imposible -o incluso difícil- a quienes constituyen el 40% de la población vasca.
Por lo que sé y le conozco, Juan José Ibarretxe -no hablo de todo el PNV, ni tampoco del conjunto de EA- aceptaría sin pestañear estos criterios generales. Y está dispuesto a trabajar en esa línea.
El asunto es cómo atraer a ese terreno de concordia a todos los demás, nacionalistas y no nacionalistas.
¿Será posible? Lo ignoro. A fuer de sincero, diré que lo veo más bien improbable. Pero por intentarlo no se pierde nada.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de mayo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 17 de mayo de 2013.
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