Lo oí el pasado domingo y me costó creerlo. Era Rodolfo Martín Villa, en declaraciones a la serie de televisión La Transición, comentando la matanza que causó la Policía en Vitoria en 1976, cuando disparó contra una concentración obrera. «Se puede decir -afirmó- que Dios escribe derecho con renglones torcidos, porque aquello tuvo una consecuencia positiva». Y explicó cuál: «Quienes estaban detrás de las reivindicaciones laborales se dieron cuenta de que determinada conducción del movimiento podía tener resultados luctuosos». O sea, que, según él, la matanza tuvo la virtud (!) de enseñar a los líderes sindicales qué podía ocurrir si seguían empeñándose en ejercer sus derechos y libertades de modo demasiado radical.
Lo peor no es lo que Martín Villa pensara o hiciera entonces. Lo más llamativo, lo más difícil de tragar es que siga razonando en esos términos ahora, casi veinte años después. Que sea capaz de soltar, sin inmutarse: «Durante esos dos meses se fue en exceso tolerante». ¡En exceso tolerante! Es obvio que aún, a estas alturas, sigue pensando que el problema no lo crearon quienes se resistían a que el franquismo desapareciera, sino los que queríamos acabar con él cuanto antes.
Martín Villa tiene un recuerdo imborrable de los acontecimientos de Vitoria. Uno solo. Lo contó también el domingo pasado: «Fui con Fraga a Vitoria a visitar a los heridos... Los familiares nos increparon diciéndonos si es que íbamos a rematarlos. Posteriormente, yo, como ministro de Interior, viví sucesos muy difíciles. Algunos me tocaron muy de cerca. Pero aquél, para mí, es inolvidable».
Véase lo bien que don Rodolfo se retrata. En aquellos meses se produjeron acontecimientos de enorme gravedad, que truncaron decenas de vidas y de familias. Pero el único suceso que le resulta «inolvidable» es el pequeño sofoco que le tocó pasar a él.
A diferencia de Martín Villa, otros, que también vivimos a fondo aquel tiempo, tenemos un gran número de recuerdos imborrables. Me viene a la memoria -así, de pronto-, el caso de un joven periodista que fue conducido a la Dirección General de Seguridad, en Madrid, el 22 de septiembre de 1976, cuando Martín Villa era allí el mandamás. Durante cuatro días, sus agentes golpearon al detenido a conciencia (o sea, a falta de ella). Al quinto día, el juez ordenó la libertad sin cargos del periodista y abrió diligencias por torturas a los policías. Don Rodolfo no se acordará: cosas así eran frecuentes en su casa. Pero yo sí me acuerdo. Perfectamente.
Le escucho hablar ahora y me estremezco. Porque es obvio que, por mucho que hayan pasado casi dos décadas, en la mente del entonces ministro del Interior y ahora reputado dirigente del PP no se ha producido -tampoco- una verdadera ruptura democrática.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de septiembre de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de septiembre de 2010.
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Escrito por: xose.2010/09/16 09:38:1.183000 GMT+2