Anteayer Rosa Conde logró superarse a sí misma: «Para darles los detalles de la nueva Ley de Huelga, va a venir el ministro de Justicia... perdón, el ministro de Transportes... perdón... Estoy pensando en los ministros que no estaban antes... Es que a veces cuesta trabajo pasar del Consejo sin solución de continuidad a la rueda de Prensa... Bueno, pues bien, el ministro de Transportes... perdón, el ministro de Trabajo...».
Iñaki Gabilondo se preguntaba el martes cómo puede ser que un experto en comunicación tal que Felipe González designara para portavoz del Gobierno a una mujer tan rematadamente inútil en este campo. Se me ocurren dos motivos confluyentes. Primero, el mismo que le condujo a poner a Matilde Fernández en la cartera de Asuntos Sociales: machismo. El presidente trata de difundir la especie de que las mujeres son inútiles y se sirve del tándem Conde-Fernández como torvo instrumento. Segunda razón: su odio hacia los periodistas. La designación de Rosa Conde tiene idénticos efectos de incomunicación que si no hubiera portavoz del Gobierno, pero confiere a la medida una impronta de sádica perversidad: castiga a quienes, semana a semana, tienen el oneroso deber de asistira sus comparecencias, obligándoles a sumirse en los galimatías mentales de la suprascrita, por si alguna vez acertara en algo.
Lo que distingue a Rosa Conde de los demás ministros y del propio presidente no es que no diga nada, sino que no sabe disimularlo. Felipe González es maestro en el arte de parecer que dice, Solchaga en el de decir cada cosa y su contrario -todo a la vez y sin inmutarse-, Serra desvía hábilmente la atención del auditorio hacia los gallitos que emite sin parar, Fernández Ordóñez hacia su prácticamente inagotable gama de tics, Luis Martínez Noval opta por hablar tan quedo que ni siquiera se le oye, con lo que se hace imposible estar en desacuerdo con él... Cual Yáñez de la dicción, el problema de Rosa Conde no es que no diga nada: es que lo dice estropeándolo, desastrándolo.
Freud convirtió el estudio de los lapsus en una forma de atisbar el subconsciente de quien incurre en ellos. Con Rosa Conde lo tendría mal: para que haya subsconsciente, antes tiene que haber consciente.
Javier Ortiz. El Mundo (16 de mayo de 1992). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de mayo de 2012.
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