Estaba yo ya más o menos en paz mental con mi decisión de abstenerme en el referéndum del día 20, en coherencia con el cabreo que me produce que me pregunten nada más que para cubrir las apariencias y dar una pátina de legitimidad democrática a lo que ya tienen decidido los grandes prebostes europeos, cuando aparecen los obispos y me hacen polvo apuntándose al gremio de los abstencionistas.
Lo que han hecho los obispos es defender de forma meliflua -es decir, con el lenguaje que por regla general utilizan para hablar de política desde que dejaron de saludar brazo en alto al Caudillo- que la abstención es una opción tan legítima como cualquier otra. Eso ya lo sabíamos los abstencionistas recurrentes, pero es nuevo en boca -o en pluma- de los señores obispos, que solían aprovechar todas las vísperas electorales para sermonear a la feligresía y al orbe todo cantando las virtudes de la participación.
¿Qué les pasa a los obispos españoles? No es un secreto: que saben de lo enfadado que está el Santo Padre que vive en Roma con los autores de la mal llamada Constitución Europea, porque han hecho caso omiso de su petición de que el texto de marras mencionara las raíces cristianas de la cultura del Viejo Continente, amén de otros católicos pronunciamientos de rango menor.
En consecuencia, creen inconveniente pedir el voto afirmativo al Tratado en cuestión. Pero tampoco les parece adecuado invitar a que se vote «No», primero porque no quieren enfadar demasiado a los poderosos -tampoco es eso: cobran de ellos- y segundo, porque no se sentirían nada a gusto mezclados con las gentes de mal vivir que defienden esa posición tan rotunda.
Cierto es que les cabía solicitar el voto en blanco, pero se trata de una consigna realmente poco atractiva, que suele tener efectos muy minoritarios y nada lucidos. Peor todavía quedarían llamando al voto nulo: un obispo como Dios manda no puede coquetear con el nihilismo en ninguna de sus formas.
En cambio, en una votación en la que todo el mundo da por hecho que se va a producir una abstención muy fuerte, quien propone esa opción, así sea de manera oblicua, se coloca en condiciones inmejorables para exhibir el día 21 una sonrisa de oreja a oreja.
Los señores obispos, con su intrusismo tardío en el campo del abstencionismo político, nos han colocado a los abstencionistas conscientes en una tesitura muy poco agradable. ¿Abstenernos y coincidir con ellos?
Yo no sé que haré al final. Lo único que me hace retornar a la desesperación tranquila en la que vivo por lo común es la conciencia de que, haga lo que haga, siempre me encontraré en compañías poco deseadas. Si me abstengo, con los obispos. Si voto no, con la extrema derecha tipo falangista-lepenista. Y si votara sí, con Rubalcaba, Bono, Acebes y Aznar, todos del brazo.
Sería espantoso. Para los cinco, por supuesto.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (10 de febrero de 2005) y El Mundo (12 de febrero de 2005). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. El apunte se titulaba Peste de obispos. Subido a "Desde Jamaica" el 25 de noviembre de 2017.
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