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2001/02/05 20:00:00 GMT+1

Perspectivas de una salida negociada del conflicto vasco

El lunes 5 de febrero de 2001 se celebró en el Ateneo de Madrid un acto público cuyo principal objetivo era presentar en la capital de España la Declaración de Principios del Fórum Cívic pel Diàleg, la Pau i la Llibertat, plataforma ciudadana que se ha formado recientemente en Cataluña y en la que participan numerosos intelectuales, escritores, catedráticos, profesores y profesionales de otras ramas. Acudieron de Barcelona a estos efectos Félix Martí, director del Centro UNESCO de Catalunya, y Muriel Casals, profesora de Economía de la Universitat Autònoma de Barcelona. El Foro de Madrid me pidió que les acompañara en el estrado e hiciera una intervención expresando mi opinión sobre las perspectivas de una salida dialogada del conflicto vasco. Lo que sigue es el texto de mi intervención.

Suele decirse que acertar a precisar en qué términos se plantea un problema es ya, en buena medida, ponerse en la vía de su solución. No estoy muy seguro de que siempre sea así. Hay problemas que no tienen solución -por lo menos en un determinado momento- o cuya solución requiere de condiciones que no dependen exclusivamente del mayor o menor acierto con que los planteemos.

Pero clarificar siempre ayuda, qué duda cabe. De modo que voy a tratar de contribuir a clarificar al menos un punto de los muchos que suscitan frecuentes interrogantes en relación con el conflicto vasco: qué sentido tiene reclamar para él, en las actuales circunstancias, una solución dialogada.

Quienes nos sentamos hoy aquí en esta mesa somos partidarios de eso que se ha dado en llamar la solución dialogada del conflicto. Pero un pronunciamiento genérico a favor del diálogo no pasa de ser una proclama de buenas intenciones. Y de buenas intenciones -ya se sabe- está empedrado el camino del infierno. Para que una propuesta de ese género cobre visos de alternativa concreta es preciso demostrar que se atiene a los datos de la realidad. Y que tiene viabilidad, por lo menos en el plano de la teoría. Y qué es conveniente. En suma, hay que perfilarla: aclarar a qué diálogo se refiere, entre quiénes, para abordar qué temario, en qué condiciones, etcétera.

Es lo que me propongo hacer a continuación con la brevedad que reclama un acto como éste.

Pero, antes de entrar en ello, creo imperioso despejar un obstáculo: el que ponen aquellos que alegan razones «de principio» para rechazar la idea misma de que se establezca un diálogo entre quienes sustentan posiciones opuestas y defienden soluciones distintas en relación al conflicto vasco.

Me parece necesario afrontar esa objeción no tanto porque resulte de una particular complejidad teórica, sino porque quienes la esgrimen tienen en sus manos en este momento el Gobierno del Estado y cuentan con una formidable maquinaria de propaganda para insistir en ella.

Cuando los representantes del Gobierno del PP afirman que ningún demócrata puede aceptar un diálogo de esa naturaleza, hay que responderles que no sólo no tienen razón, sino que además carecen de legitimidad histórica para defender un criterio como ése.

El PP es heredero directo de Alianza Popular, partido que fundaron algunos de los principales albaceas testamentarios del franquismo. Si, tal como sus dirigentes afirman ahora, fuera totalmente inaceptable en todo momento y circunstancia entablar una negociación política con quienes han lesionado las libertades y los derechos democráticos, ellos no hubieran pasado de ningún modo la prueba de la transición del franquismo al régimen parlamentario. Su propio presidente honorario, Manuel Fraga, habría tenido que olvidarse de ocupar un escaño parlamentario, por no hablar de una Presidencia autonómica: en donde tendría que haberse sentado es en un banquillo judicial, por los desmanes que cometió como ministro franquista de la Gobernación. Aquella transición que tanto ensalzan ahora se basó precisamente en la aceptación de un acuerdo entre los que aparecían como abanderados de las libertades democráticas y aquellos que habían estado machacando hasta entonces esas mismas libertades con inaudita saña.

El recuerdo de la transición es doblemente pertinente en este caso, puesto que hablamos del conflicto vasco, cuyo enquistamiento sólo puede explicarse si se tiene en cuenta la singularidad de aquel apaño de circunstancias, que llevó, entre otras cosas, a que los principales partidos de la oposición democrática española renunciaran a promover el derecho de autodeterminación, que hasta entonces habían defendido sin reserva alguna. Aquel pacto provocó un hondo sentimiento de frustración en una parte importante de la población vasca, frustración que ha sido el caldo de cultivo de las tensiones -y de los horrores- que desde entonces hemos venido sufriendo.

De todos modos, no nos engañemos: el furor intransigente que exhibe en estos momentos la dirección del PP no es fruto de ningún insólito atracón de principios (los principios siguen sin ser su fuerte, ténganlo ustedes por seguro). Es resultado de dos factores tan concretos como tal vez coyunturales: de un lado, el panorama poco prometedor que ofrecen las diversas hipótesis del diálogo; del otro, la vecindad de las urnas vascas. Y, si bien es cierto que un riesgo que suelen presentar los mentirosos es el de acabar creyéndose sus propias mentiras, tengo para mí que, del mismo modo que el PP transitó, forzado por las circunstancias, del «Pujol, enano, habla en castellano» al uso del catalán en la intimidad, pasará del rechazo indignado del diálogo a su elogio más vehemente si los vientos cambian de rumbo.

Lo cual nos devuelve al terreno en el que me he situado al inicio: el del examen de la realidad concreta y el análisis de las posibilidades practicables de diálogo.

¿Qué diálogo? Ése es el primer equívoco que conviene deshacer. Porque hay mucha gente que, cuando oye hablar de diálogo en relación con Euskadi, da por hecho que sólo puede tratarse del diálogo entre ETA y el Gobierno.

Y no es así. Es más: tal como están las cosas, me parece poco menos que evidente que en este momento no hay nada que dialogar con ETA. Sencillamente, porque no se deja. Plantea unas exigencias que pretende mínimas pero que, en realidad, son muchísimo más que máximas.

Estos días todo el mundo bromea con la desafortunada ocurrencia de Aznar, que afirmó el sábado pasado que tiene ganas «de bajar a la tierra». «¡Admite que está en las nubes!», dicen sus críticos. Bueno, no es tan mal sitio. Como me comentó hace ya meses Xabier Arzalluz, representaría un gran avance que ETA estuviera en las nubes, porque desde las nubes por lo menos se divisa la tierra. La actual dirección de ETA navega por los espacios siderales de su subjetivismo. No se da cuenta -no quiere darse cuenta- de que su problema principal no estriba en que el Estado español le niegue lo que reclama. Que mucho peor para ella es que sea la propia población vasca la que, en su gran mayoría, no lo quiera ni en pintura.

El ministro del Interior, Mayor Oreja, está obsesionado por derrotar a ETA en el plano policial. Nada hay en la realidad que permita sostener que tal cosa sea practicable en un plazo razonable de tiempo. Pero es que, además, ésa, con ser importante, no es la cuestión esencial. Lo esencial es que ya está más que claro que ETA no puede vencer. Y no por razones militares -por otro lado obvias-, sino por la rotunda razón política a la que acabo de hacer mención: la sociedad vasca no desea su victoria. ETA no representa ni de lejos, no ya al pueblo vasco, sino ni siquiera a la comunidad nacionalista.

Para que fuera posible una negociación con ETA, ésta habría de empezar por asumir que ya, para estas alturas, a lo más que puede aspirar es a que las autoridades españolas faciliten su abandono de las armas y la discreta reintegración de sus militantes en la sociedad civil. ¿Cómo? Sinceramente, no creo que valga la pena entrar ni siquiera a considerar la materialización de esa eventualidad mientras no se cumpla la condición previa, esto es, que ETA admita que ya sólo le queda negociar su rápido abandono del escenario político.

Entonces, si hoy por hoy no hay posibilidades de diálogo con ETA, ¿qué clase de diálogo es el que defiendo?

El diálogo político. Reclamo el diálogo político -el diálogo entre los políticos, si ustedes quieren- porque me parece evidente que Euskadi alberga un problema político grave que es necesario solucionar por vías pacíficas. O, mejor dicho: que sólo puede solucionarse por vías pacíficas.

Existe en Euskadi un viejo problema político enquistado, nacido del mal encaje de una parte importante de la población vasca en la realidad del conjunto de España, y que no se resolverá hasta que esa parte de la sociedad vasca considere que ha sido debidamente tenida en cuenta. Es un problema político endémico que, con el paso de los años -y por culpa de los errores de los unos y de los otros-, se ha ido convirtiendo en un problema social, que hace cada vez más difícil la convivencia entre las dos comunidades que integran el pueblo vasco: la nacionalista y la no nacionalista.

Ése es el hecho que debemos situar en el centro de la atención, con prioridad sobre cualquier otra consideración, del género que sea, ETA incluida: la sociedad vasca se está escindiendo en dos comunidades crecientemente hostiles y eso representa una auténtica catástrofe a la que hay que poner coto urgentemente.

Para ello, lo primero que se requiere es que los propios políticos tomen conciencia de la realidad de esa catástrofe.

Es necesario movilizar a la opinión pública para que rechace las actitudes irresponsables de quienes, de un bando y de otro, actúan como si creyeran que la solución vendrá dada por el sometimiento de una de las dos comunidades a la otra. Por la victoria del españolismo o por la victoria del nacionalismo. Ninguna de las dos puede vencer. Es más: ninguna de las dos debe vencer. El porvenir de Euskadi depende de que opten por entenderse. Y de que aprendan a entenderse.

Estoy lejos de pretender que la materialización de un diálogo de ese tipo represente un objetivo fácil. Muy al contrario, soy perfectamente consciente de que la marcha hacia él está erizada de dificultades. No hablo ya del éxito del diálogo, sino simplemente de su inicio.

La primera dificultad aparece a la hora de decidir quiénes han de protagonizarlo. En mi criterio, deben hacerlo los representantes de todos los partidos que son representativos de unos u otros sectores de la sociedad vasca. De todos. Sin ninguna exclusión. Desde el PP a EH. Precisamente porque se trata de alcanzar un consenso que implique al conjunto de la sociedad vasca.

Algunos se pretenden defensores del diálogo, pero acto seguido declaran que jamás se sentarán a negociar con éste, con aquél o con el de más allá: con éste, porque nunca ha condenado la violencia de ETA, o con aquél, porque estuvo implicado en los crímenes de los GAL, o con el de más allá, porque condecora a los torturadores.

La exclusión previa es la negación del diálogo. ¡Por supuesto que cada cual siente sus propias y vivísimas repugnancias! Pero jamás ha existido un proceso de paz que no haya sentado frente a frente a quienes se odian (casi siempre, además, con muy buenos motivos).

Otra trampa sobre la que habría que saltar para iniciar el diálogo es la que ponen quienes afirman que no se puede permitir que la búsqueda de la paz sea cosa de las fuerzas políticas vascas, porque -dicen- eso entrañaría oficializar el reconocimiento del «ámbito de decisión vasco», es decir, de la soberanía vasca.

Otro error. El objetivo del diálogo es el establecimiento de unos mínimos de coexistencia pacífica para el conjunto de la ciudadanía vasca, y eso es algo que sólo pueden fijarlo los representantes de la propia ciudadanía vasca, sin injerencias de ningún tipo. El modo en que pudiera encajar en la legalidad española vigente el acuerdo de los partidos vascos, caso de que se lograra, sería, en todo caso, un problema posterior, no previo.

Otro obstáculo más: el que ponen quienes sostienen que no cabe entablar ningún proceso de negociación política mientras ETA no renuncie definitivamente a la violencia. Ése es otro error, y no menos peligroso que los anteriores, porque confunde los planos: pone como condición para el diálogo entre las fuerzas políticas una premisa que les es ajena. Es bien sabido que ETA no actúa al dictado de ninguna fuerza política. A los partidos políticos lo que cabe reclamarles es que acudan a la negociación determinados a superar las causas del enfrentamiento social entre nacionalistas y no nacionalistas y a establecer las bases de una coexistencia civil en paz. Y, si no, que no acudan. Pero nada más.

Me dirán ustedes que estoy dibujando un panorama de diálogo que se sitúa muy, pero que muy lejos de lo que hoy parece posible.

Estoy totalmente de acuerdo. Tanto más cuanto que me consta que los obstáculos que he citado ni siquiera son todos los que habría que superar. Hay bastantes más. Por poner tan sólo un ejemplo: antes de entablar un diálogo de ese género, habría que fijar también el ámbito territorial concernido por los eventuales acuerdos a los que se llegara. ¿Sólo el de la Comunidad Autónoma Vasca? ¿Y Navarra? Otro muy peliagudo asunto, vaya que sí.

Quiero decir, en suma, que nada más lejos de mi intención que dar a entender que la salida negociada al conflicto vasco sería fácil. Ni siquiera pretendo que sea practicable a corto plazo. Lo que digo es que no hay elección. Que, o se encuentra una salida negociada o no habrá salida de ningún tipo. En cuyo caso, el enfrentamiento social entre las dos comunidades en que se está escindiendo el pueblo vasco tomará carta de naturaleza. O se agudizará. Y el veneno resultante irá infectando de intolerancia y fanatismo el conjunto de España.

Lo que planteo, por decirlo aún más claramente, no es una elección entre dos posibles vías, sino entre una vía rematadamente difícil... y un abismo.

Esta mañana, tras exponer yo de modo sintético este mismo criterio en una reunión de periodistas, una compañera ha comentado en tono irónico que mi propuesta le parecía «beatífica». Y Fernando López Agudín, que es miembro del Foro de Madrid y que también estaba presente, le ha respondido lacónicamente: «Ya sólo quedan dos tipos de propuestas: las beatíficas... y las bélicas».

Ya me hago cargo que mi pintura de la realidad no resulta muy entusiasmante, pero no veo qué podríamos ganar, ni ustedes ni yo, cerrando los ojos ante la dura realidad, tal cual es.

Muchas gracias por su atención.

Javier Ortiz. (5 de febrero de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de diciembre de 2017.

© Javier Ortiz. Está prohibida la reproducción de estos textos sin autorización expresa del autor.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2001/02/05 20:00:00 GMT+1
Etiquetas: españolismo otros_textos 2001 euskal_herria navarra euskadi | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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