Existe una variedad de autocensura que nos imponemos muy pocos columnistas. Consiste en prohibirnos escribir artículos en alabanza del patrón del periódico para el que trabajamos, incluso cuando hace las cosas bien o es atacado injustamente.La razón es simple: el lector no puede saber si lo que escribimos es sincero o si es sólo un modo de hacer la pelota al jefe.
Fue por esa razón por la que no escribí en su día ni una sola línea sobre el asunto del «vídeo sexual» de Pedro J. Ramírez. La verdad es que aquella historia me cabreó a tope. Por dos razones. Primero, porque resultaba evidente que se trataba de una maniobra política tan sucia como ilícita, pese a lo cual mucho presunto defensor del Estado de Derecho hizo el juego a los Vera, Rodríguez Menéndez y compañía, riéndoles la supuesta gracia. Y segundo, porque reveló la carcundia esencial de tantos y tantos progres que se dedicaron a hacer irrisión de lo que no era sino el reflejo de la libertad sexual de un individuo. De un individuo que, por lo demás, nunca ha pretendido dar a nadie lecciones de moral católica ni se ha erigido en censor de ninguna conducta sexual libremente consentida.
Pero no escribí nada sobre aquel asunto. Se lo comenté a más de uno: «De sucederle algo así a Juan Luis Cebrián o a Jesús Polanco, habría escrito muy a gusto en su defensa, porque nadie hubiera podido interpretarlo mal. Pero tratándose del director del periódico para el que trabajo, imposible».
Me pasa ahora algo parecido, pero al revés. El País ha emprendido una campaña rastrera y lamentable contra Santiago Torres, el juez que lleva el caso Alierta. Una campaña denigratoria que se basa en insinuaciones y maledicencias no sustentadas en prueba alguna, cuando no en datos directamente falsos, o en acusaciones que no se sabe muy bien en qué consisten (por ejemplo, la de haber sido el juez que la emprendió contra los negocios de Jesús Gil, como si eso fuera un baldón en su carrera).
Está más que claro que Polanco se ha propuesto desacreditar a ese juez para proteger al presidente de Telefónica, que le sirvió en bandeja el suculento bocado de Vía Digital y que es desde entonces su aliado del alma. Teme que, de verse Alierta obligado a abandonar Telefónica por culpa de este sumario, pudiera ser sustituido por alguien menos dispuesto a facilitarle los negocios.
Vale la pena analizar cómo y hasta qué punto Polanco no duda ni por un momento en utilizar con total descaro sus medios periodísticos, principalmente El País y la cadena Ser, para servir su causa, así sea a costa de faltar a la verdad y de saltarse a la torera las normas más elementales de la deontología periodística.
A gusto publicaría en El Mundo una columna sobre ello pero, ay, el periódico en el que escribo está mezclado en la pelea, y parecería que trato de hacer méritos ante quien paga puntualmente mis colaboraciones todos los meses.
De manera que no tengo más remedio que abstenerme.
Comento este asunto aquí, al margen del periódico y en petit comité, por dos razones. Una, para dar un toque a los lectores y llamarles la atención sobre ese ángulo de análisis: tengan cuidado y no atribuyan con demasiada alegría purezas y radicalismos a columnistas que, en cuanto su patrón los necesita, acuden prestos en su ayuda, como lacayos que son. Y dos, para invitar a quienes todavía creen que El País es un periódico «serio» y «riguroso» a que sigan el rastro de este asunto y vean cómo se las gasta el señor Polanco y a qué métodos recurre cuando cree que alguien le puede tocar la cartera, sea como sea y por lo que sea.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (5 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de junio de 2017.
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Escrito por: .2010/07/01 08:23:14.273000 GMT+2