Por primera vez en mi vida, no estoy totalmente en contra de una actuación del Gobierno de España. Como sin duda comprenderéis, la constatación de semejante anomalía me ha sumido en un estado de profunda desolación y abatimiento.
Seamos realistas, de todos modos. Que no esté totalmente en contra no quiere decir que esté a favor. Hasta ahí podíamos llegar.
¿Qué es lo que me parece bien de la intervención militar española en el islote del Perejil? Que demuestra al monarca marroquí que hace mal tratando de imponer su voluntad por la vía de los hechos consumados, al modo de su padre con la Marcha Verde.
La querencia alauí al «porque se me pone», muy en la línea del trato que concede a su ciudadanía, es inaceptable. Y convenía hacérselo ver a Mohamed VI ya mismo, antes de que sienta la tentación de aplicar idéntico tratamiento al Sahara Occidental o a las plazas -ahora llamadas «ciudades autónomas»- de Ceuta y Melilla.
Dicho lo cual, tengo muy serios motivos de desacuerdo con la reacción del Ejecutivo de Aznar.
La primera objeción es de principio, dicho sea en todos los sentidos de la palabra. De haber dado en su día al asunto del islote del Perejil el tratamiento correcto, nunca se habría llegado a esta peligrosa situación. Ya hace años que el Estado español debería haber renunciado a cualquier tipo de derecho sobre esa roca, reconociendo a todos los efectos que es parte del territorio marroquí. Debería haberse hecho eso no sólo porque es de justicia, sino también porque la roca en cuestión no aporta ninguna razón de Estado que empuje a violentar lo que es de justicia. Huelga decir que, de haberse actuado así, el desembarco de tropas de Marruecos en el islote no hubiera podido considerarse una invasión y, en consecuencia, tampoco se habría planteado aquí cómo reaccionar ante la presunta invasión.
Segunda objeción importante: es falso, diga lo que diga el Gobierno de Madrid, que la situación anterior al incidente (el statu quo ante, que dicen los diplomáticos) estuviera clara desde el punto de vista del Derecho Internacional. Sea por lo que sea -los expertos discrepan al respecto-, el caso es que los sucesivos tratados internacionales suscritos durante el siglo XX en relación a la zona no mencionan de manera expresa el islote, ni para bien ni para mal. Con lo que en rigor... cualquier cosa.
Claro que no menos cierto es que, desde que en 1956 desapareció el Protectorado y Marruecos accedió a su independencia, el Estado español ha actuado como si el islote del Perejil fuera suyo, situación de facto que ha venido siendo admitida por la comunidad internacional y a la que hasta ahora Marruecos sólo había objetado de modo meramente retórico (por ejemplo, cuando Madrid quiso incluir explícitamente el islote dentro del ámbito municipal de la Ciudad Autónoma de Ceuta).
¿Qué quiere decirse? Que se imponía negociar, no tirar por la calle de en medio. Y Rabat lo sabía. Sabía que su entrada en la roca, izamiento de bandera incluido, constituía una provocación. No buscaba solucionar el problema, sino provocar el conflicto.
¿Era inevitable la acción militar, si de no plegarse a los caprichos de Mohamed VI se trataba? En contra de lo que opinan muchos, yo creo que sí. El monarca alauí sabía que, si el Gobierno de Madrid optaba por circunscribir los intentos de solución al ámbito diplomático, la situación hubiera podido eternizarse muy fácilmente, habida cuenta de la firme voluntad de los EEUU y Francia de no enfrentarse al monarca norteafricano. Ya ayer mismo quedó más que claro que tanto el Pentágono como el Elíseo prefieren quedar al margen de este conflicto, en posición «neutral». Para ellos no constituye ningún problema que la aventura de Perejil sea un test de cara al Sahara, porque tanto el uno como el otro verían con muy buenos ojos que Rabat se hiciera con el control total del territorio de la antigua colonia española.
Dicho lo cual, tengo muy serias dudas en cuanto a la acción militar llevada a cabo en la madrugada de ayer. Tanto en lo tocante al momento elegido para ponerla en práctica como al operativo desplegado, que fue apabullante, chulesco y bobamente patriotero, con el numerito ridículo de la bandera como guinda.
Fuentes fiables me han contado que Aznar decidió precipitar la intervención militar española cuando se enteró de que las autoridades marroquíes habían organizado una visita masiva de periodistas al islote. Lo consideró humillante. De ser así, estaríamos ante una reacción de pura soberbia, y la soberbia es muy mala consejera en cualquier conflicto. No digamos en los que hay Ejércitos de por medio.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (18 de julio de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de julio de 2017.
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