Lo prometí, y lo prometido es deuda, pero he de admitir que esperaba una mayor combatividad -un mayor empecinamiento- de los partidarios del sí. Estamos en el día 2 del no francés y ya parecen haber tirado la toalla. En concreto, la patochada que critiqué ayer -la pretensión de que el rechazo francés tampoco es tan importante, porque hay ya nueve estados que han ratificado la Constitución Europea, aunque ocho lo hayan hecho por vía parlamentaria, sin consulta popular- está perdiéndose en el olvido: casi todos asumen ya que el no francés representa un golpe de muerte para el proyecto oficial de construcción europea. Si mañana Holanda vota también no, como anuncian los sondeos, Blair tendrá excusa para olvidarse de un referéndum que le viene peor que mal. El fracaso se habrá consumado. Otra idea que parece definitivamente abandonada, y menos mal: la de volver a convocar el mismo referéndum en Francia dentro de algunos meses. Ellos mismos se han respondido: sería un insulto para el electorado francés, al que se le vendría a decir que no ha sabido votar, que no ha pasado el examen y que tiene que volver a presentarse en septiembre con la lección mejor aprendida. (*)
Pero otros argumentos defensivos sí siguen en pie.
Dicen, por ejemplo: «El voto francés ha sido resultado de una problemática interna. Los franceses han dado una patada a Chirac y Raffarin en el culo de los europeos».
Primera respuesta, que es la misma que doy siempre a quienes creen saber lo que realmente piensan los votantes, al margen de lo que de hecho votan: los votos no se interpretan; se cuentan. Los procesos de intenciones son tan tramposos como inútiles: desembocan en hipótesis imposibles de verificar.
En segundo lugar, hoy en día es imposible considerar de manera separada las políticas interiores y las continentales. La impopularidad que Chirac y Raffarin se han ganado a pulso se debe, en lo esencial, a la puesta en práctica de criterios económicos y sociales que apuntan en la misma dirección que la Constitución Europea trata de santificar.
Añaden: «Los franceses han adoptado una posición egoísta. Tratan de preservar privilegios que son imposibles en la nueva Europa».
Contestación: no son privilegios; son conquistas sociales que han tardado más de dos siglos en obtener y en afianzar. Es eso que todos hemos llamado «Estado de Bienestar» y que hemos tenido durante años como una de las más valiosas señas de identidad de la Europa democrática. Los valedores de la nueva Europa dan por hecho que sólo es posible afrontar la feroz competencia económica internacional sacrificando esas conquistas. Otros pensamos que se precisa una política combativa, que se oponga a las condiciones de explotación y desasistencia social en que se basa el dumping que ejercen muchos países, desde los asiáticos a los propios EEUU. La competitividad debe basarse en reglas de juego limpias, que busquen, por encima de cualquier otro criterio, el bienestar de los pueblos. Quien esté dispuesto a sacrificar éste en aras de la otra debe contar con que el enfado de los afectados puede ser grande.
Insisten: «Lo que los franceses no quieren es mezclarse con los países pobres del Este de Europa».
Respuesta: los estados del Este de Europa son pobres, pero también son más cosas. Sus elites, electas en las urnas, han demostrado en repetidas ocasiones -en la última Guerra del Golfo, sin ir más lejos- que están más cerca de Washington que de París o de Berlín. Son sociedades sin apenas tradición democrática, en las que las libertades individuales y colectivas tienen todavía un arraigo muy escaso. Quienquiera que desee ver a la UE convertida en un polo de referencia mundial distinto del estadounidense debe tener en cuenta los problemas que va a acarrear el voto de los estados recién integrados, cuyos dirigentes son fervientes partidarios del más crudo neoliberalismo. No digamos ya si se deciden a adoptar criterios permisivos de cara a la entrada de Turquía.
La UE tiene que adoptar un ritmo de ampliación que permita asimilar a los nuevos miembros elevándolos progresivamente al nivel de lo existente, no rebajando más y más su propio listón. No creo que haya muchos partidarios del no a la Constitución que se nieguen a pagar un precio para que la UE ayude al desarrollo intensivo de los nuevos miembros o de quienes aspiran a serlo. Pero se trata de asegurar que ese desarrollo se emprende desde la perspectiva social que rige en la Europa Occidental desde el nacimiento del llamado «Estado del Bienestar». Y eso es lo que no asegura, ni mucho menos, la Constitución Europea.
Última objeción: «¿Y cómo se administra el no? ¿Ahora qué?».
Eso, la verdad, no sé si es un reproche o una autocrítica. Si no tenían prevista la posibilidad de que les respondieran que no, ¿qué clase de consulta era ésa? Sólo una banda de irresponsables puede afrontar una disyuntiva tan importante sin prever qué hará en caso de derrota. Utilizaron su propia imprevisión como chantaje («O lo nuestro o el caos») y ahora, cuando les han dicho que no a lo suyo, se encuentran con un lío de mil pares que no saben cómo gestionar.
Está claro que, aparte de todo lo demás, son también de una mediocridad pasmosa.
________________
(*) Convendrá recordar, de todos modos, que eso es lo que se le hizo al pueblo danés cuando rechazó en junio de 1992 el Tratado de Maastricht. Lo llevaron nuevamente a las urnas en mayo de 1993 y entonces votó sí. Se bromeó diciendo que aprobó el Tratado porque, de haber votado de nuevo que no, lo habrían condenado a pasar por las urnas todos los años, hasta que se arrepintiera. Pero lo cierto es que se rectificó el texto del Tratado para facilitar el voto favorable de Dinamarca.
Javiero Ortiz. Apuntes del natural (31 de mayo de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 23 de octubre de 2017.
Comentar