Algunos no salen de su asombro al ver con qué entusiasmo defiende Felipe González la causa del general Augusto Pinochet. «¡Quién le ha visto y quién le ve!», dicen.
Me da que no conocen bien a González. O que nunca le han entendido. El hombre, cual Visnú, ha adoptado a lo largo de su larga trayectoria política muchas figuras diferentes, sin duda. Pero todas ellas han sido siempre coherentes con un rasgo firme e indeleble de su ideología: el anticomunismo.
González ha sido toda su vida un anticomunista irreductible. Desde que se inició en la política.
No hablo a humo de pajas. Si se toman ustedes el trabajo de leer un libro que escribió hace pocos años quien ahora ejerce de abogado de la acusación particular contra Pinochet, Joan Garcés, titulado Soberanos e intervenidos, verán la copia de un mensaje remitido a finales de los 50 por la embajada norteamericana en Madrid al Departamento de Estado. En él se daba cuenta de que «un grupo de estudiantes» les pedía ayuda «para frenar el avance de los comunistas en la universidad». El documento -que en su día fue secreto, pero que, dado el tiempo transcurrido y la legislación norteamericana al respecto, ha sido ya desclasificado y está a disposición de quien quiera consultarlo- incluía los nombres de algunos de aquellos estudiantes: todos cercanos por entonces -y la mayoría todavía hoy- a Felipe González y fundadores con él de lo que poco después se conocería como «el PSOE renovado». El PSOE actual, en suma.
Toda su actuación durante la Transición española es explicable a partir de ese designio. González hizo cuanto pudo por «frenar el avance del comunismo». Para lo cual contó con la colaboración -involuntaria, pero no por ello menos decisiva- de Santiago Carrillo. (Otro personaje: habiendo comunistas como él, no entiendo para qué diablos necesitaba la CIA a los anticomunistas).
Empezó de anticomunista confeso y en ésas ha continuado desde entonces. ¿No recuerdan qué empeño ponía en llamar a IU «los comunistas»? Era su singular modo de satanizar a una izquierda que nunca ha sido comunista como tal, ni mucho menos, pero tampoco anticomunista. Inaceptable para él, en consecuencia.
Dicen que Felipe González es «un hombre de Estado». Estoy de acuerdo, a condición de que se me permita añadir una letra: es un hombre del Estado. O mejor: de los estados. Por eso sale en defensa de Pinochet. Porque de su lado está la sempiterna razón de Estado.
«¡Parece mentira!», exclaman algunos cuando oyen sus soflamas semithatcherianas.
Qué va. Parece verdad.
Javier Ortiz. El Mundo (9 de octubre de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de octubre de 2010.
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