Sesenta años después, siguen sucediéndose los actos dedicados a evocar el espanto del Holocausto sufrido por el pueblo judío a manos del poder nazi durante la II Guerra Mundial.
Comprendo bien -cómo no- que las gentes que vivieron aquel espanto o sufrieron sus secuelas sigan con la sensibilidad a flor de piel.
Lo que me convence menos es que sea aquel horror y sólo aquel horror el que merezca los honores del constante recuerdo universal.
Dicen que insisten en ello «para que algo así nunca pueda repetirse». No veo yo que haya un peligro inminente de que la comunidad judía internacional se vea sometida de nuevo a una persecución como la que sufrió en aquellos tiempos. En la actualidad, el movimiento sionista mundial y el Estado en el que ha cristalizado, Israel, gozan de un poder financiero y militar de primerísima línea. Y se benefician de la protección de Washington, que no sólo se lo tolera todo, sino que además le ayuda a conseguirlo, así sea despreciando la legalidad internacional.
Sucede eso mientras otras masacres a gran escala sucedidas en los mismos tiempos apenas merecen la atención de la opinión democrática mundial. Pienso, por ejemplo, en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, que son evocados -las contadas veces que son evocados- como si hubieran sido efecto de una especie de desastre natural y nadie tuviera responsabilidad en ello.
Para horno crematorio, la bomba atómica.
No digo yo que haya un peligro inmediato de repetición de algo semejante a lo que los EEUU hicieron con la población civil de Japón los días 6 y 9 de agosto de 1945, pero, puestos a precaverse de repeticiones, me parece que ésa no tiene nada de desdeñable.
Otro ejemplo. En la actualidad, Vladimir Putin está realizando una intensa campaña revisionista destinada a justificar el pacto germano-soviético firmado por Molótov y Von Ribentropp en agosto de 1939 y a cantar los supuestos méritos de Stalin durante la II Guerra Mundial. Quienes hemos estudiado con alguna atención la realidad de la URSS en aquellos tiempos sabemos que el de Tiblisi cometió errores fatales en la preparación (en la no preparación, más bien) de la invasión hitleriana, desoyendo advertencias bien precisas. Para empeorar su papel, en los días que sucedieron a la invasión dio muestras de una indeterminación realmente patética. Pero lo peor de Stalin no fueron sus errores, sino sus crímenes. Fue un dictador que procedió a campañas de represión masiva en el interior de su país, campañas que incluyeron la deportación y el confinamiento de poblaciones enteras. Cargó sobre sus espaldas con la culpa del exterminio de cientos de miles de personas.
Que la URSS tuvo un papel esencial en la derrota del III Reich no es cosa que admita dudas. Su pueblo pagó un elevadísimo tributo en vidas por ello. Pero atribuir al genio de Stalin lo que fue resultado, en lo esencial, del heroísmo de la población soviética y de la pericia de muchos de sus mandos militares, como están haciendo ahora los servicios de agit-prop de Putin, sólo puede responder a un propósito avieso. El mismo que condujo al propio Stalin a cantar las glorias de Iván el Terrible y otros autócratas del pasado ruso. Trata de extender en la población rusa la idea de que un buen autócrata con ideas claras y mano de hierro para ejecutarlas es una bendición del cielo. Aunque tenga que llevarse por delante a pueblos enteros.
Si lo que realmente pretendieran los fabricantes de ideología dominante cuando evocan los terribles desastres del pasado fuera, como dicen, evitar que se repitan, deberían ampliar su campo de visión, privilegiar menos el Holocausto y prestar más atención a otras barbaridades históricas que cuentan con muchas más probabilidades de repetirse, de una u otra forma.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (7 de mayo de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 29 de octubre de 2017.
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