En la madrugada del pasado domingo, un grupo de vigilantes jurados propinó una terrible paliza a un joven ecuatoriano, Wilson Pacheco, en la zona de discotecas del puerto de Barcelona. Primero lo persiguieron a la carrera hasta darle caza, luego lo golpearon hasta el hartazgo y, finalmente, uno de ellos lo tiró al agua. Según la declaración de un testigo, el que lo arrojó al mar dijo: «Si esta rata sabía correr, sabrá nadar».
Pocas horas después, los bomberos rescataron el cadáver del muchacho del fondo del puerto.
Les ruego que comparen ustedes el tratamiento que ha tenido esta noticia en los medios informativos españoles con el que mereció la pasada semana la muerte violenta de dos niños murcianos, al parecer provocada por su madre, a la que ya todo el mundo conoce por Paqui. Aquel suceso provocó un despliegue mediático de primera magnitud y dio para tema de apertura de telediarios y boletines informativos durante días y más días.
Por más que he examinado las circunstancias de la historia de Paqui y sus dos hijos, no he conseguido encontrar por ningún lado su extraordinario interés social. Se trata, sin duda, de un suceso terrible. Pero de un suceso, a fin de cuentas. ¿De qué nos ilustra? ¿De que los tópicos sobre el «amor de madre» no son de obligado cumplimiento? ¿De que la mezcla de alcohol y cocaína es explosiva? ¿De que a alguna gente puede írsele la olla muchísimo? No es gran cosa, si bien se mira.
La historia del puerto de Barcelona tiene, en cambio, verdadera trascendencia colectiva. Evidencia, en primer y principal lugar, que el racismo va creciendo en el cuerpo de nuestra sociedad como un cáncer incontenible. También da cuenta de que hay servicios de teórica seguridad que se componen de matones fascistas. Y de que hay empresas que los contratan no se llamen ustedes a engaño precisamente porque son matones fascistas, para que se comporten como tales y mantengan al ganado a raya.
Sin embargo, esa tragedia ha sido tratada con llamativa circunspección por los medios informativos. Algunos la han retirado de sus portadas en el breve plazo de 24 horas. (*)
Se preguntarán ustedes por qué. Yo se lo digo: porque es una noticia incómoda, que no implica sólo a sus autores. Que nos concierne a todos. Que nos acusa, no por soterrada menos directamente.
En el show mediático de nuestro tiempo, los sucesos son tratados como noticias trascendentales, y las noticias trascendentales, como sucesos. Es un modo de ayudar a la mayoría a no ver lo que no quiere ver.
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(*) El noticiario de las 14:30 de la Ser, que dura media hora, ha abordado hoy el asunto... en el minuto 25. Casi al cierre. Lo mismo ha hecho el telediario de las 15:00 de TVE, que le ha dedicado minuto y medio a las 15:25. La noticia no figura en la portada de El Mundo de hoy, que la relega a una triste columna en la página 22. (No he visto las ediciones en papel de otros periódicos).
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (29 de enero de 2002) y El Mundo (30 de enero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de febrero de 2017.
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