Puede discutirse si los campos de fútbol constituyen un espacio adecuado para la exteriorización de opciones extradeportivas con las que no tienen por qué comulgar todos los espectadores. Supongo que no. Pero lo son constantemente. El hecho de que se exhiban símbolos o se haga publicidad de postulados tenidos por más honorables que otros no cambia en nada la cuestión. Por poner un ejemplo que me parece claro: no veo qué pinta la ostentación masiva de banderas rojigualdas en partidos en los que compiten clubes locales.
Según ese criterio, tampoco sería aceptable lo sucedido el sábado en el Nou Camp, donde un grupo de niños sacó al campo una gran pancarta en la que figuraba un mapa de los Països Catalans, mientras se oía por los altavoces del estadio decir en catalán: «¡Viva la lengua y la cultura catalanas! ¡Viva los Països Catalans!» (*).
Dicho lo cual, las reacciones que ese hecho ha producido en determinados sectores políticos de Valencia y de Madrid, y en menor medida de Baleares, son absurdas. Dicen que se trata de un acto de «imperialismo catalán», «un intento de absorción política» y muchísimas más cosas, todas tremebundas.
Ignoro las intenciones ocultas del hecho, si las hubo, pero, ciñéndose como se ciñó la proclama a «la lengua y la cultura catalanas», no se merece ninguna de esas descalificaciones. Por mucho que ello saque de quicio a la derecha valenciana y le incomode a la balear, el hecho es que la lengua que se habla en Cataluña, en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares (y en el Rosellón francés, y en algunas zonas de Aragón, y en el Alguer de Cerdeña) es la misma. Un idioma que los lingüistas llaman catalán, sin que ello tenga más connotaciones políticas que las que implica identificar como español la lengua que se habla desde Argentina hasta México, e incluso hasta buena parte de California. En uno y otro caso, la lengua común adquiere particularidades dialectales en los distintos territorios, incluso dentro de cada país, pero no son variedades tan fuertes que justifiquen su consideración como lenguas distintas.
Podrían protestar los unos y los otros si alguien sostuviera que la existencia de una lengua común -y de la cultura común que la lengua conlleva- exige proceder a la unificación política de los territorios que la comparten, al margen de que sus poblaciones la deseen o no. Pero no es el caso.
Sucede algo semejante con la constatación de la existencia de Euskal Herria como ámbito cultural. Ese ámbito, que abarca a la Comunidad Autónoma del País Vasco, a Navarra y al País Vasco francés, es un hecho cultural y lingüístico que no tiene sentido negar. Otra cosa es pretender que ese hecho obliga a constituir una sola entidad política que los abarque a todos. A nadie se le puede criticar por desear la formación de esa entidad política unificada (sin ir más lejos, a mí me parecería bien). Sí cabría criticarle si tratara de imponerla.
Pero a los propagandistas de la derecha española le da igual qué es y qué no es razonable, y se la trae al pairo lo que digan los lingüistas, incluidos los de la Academia Española. Ellos lo que quieren es hacer agitación. Y a eso se dedican.
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(*) Lo transcribo en castellano -en discutible castellano, con esos errores de concordancia- porque no he visto en ningún lado la literalidad de las consignas, tal como se lanzaron en catalán.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (24 de octubre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 18 de octubre de 2017.
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