Cena en casa. A los postres, a alguien se le ocurre que se juegue una partida de dominó. Estamos cinco, así que se sortea quien queda excluido. Me toca a mí, por supuesto.
Mientras los demás juegan, repaso algunas cosas de la videoteca. Vuelvo a ver y escuchar el impresionante homenaje a Woody Guthrie y a Huddie Ledbetter, Leadbelly (A Vision Shared), que narró y coordinó Robbie Robertson a finales de los 80. Todo el repaso musical, repleto de estrellas, es un sentidísimo tributo a aquellos dos padres de la música folk, protagonizado por sus hijos de ayer y de hoy.
Pero lo que más me llamó la atención de esta re-visión del vídeo fue un magnífico fotograma, que fijé y copié. Es éste:
En él vemos a un Woody Guthrie ya anciano y en vísperas de la muerte, con su eterno cigarrillo en los labios -nadie consiguió quitárselo, aunque el tabaco estuviera haciendo añicos sus pulmones- y, detrás, a su hijo Arlo, jovencísimo, casi un crío, aunque ya experto en escenarios (empezó a dar recitales a los 13 años).
Recordé el constante homenaje de admiración y de cariño que Arlo Guthrie -hoy en día cincuentón: nació en el 47- ha mantenido a la obra y la memoria de su padre, lo que no le ha impedido hacer su propia carrera como cantautor, y hasta como actor de cine (Alice's Restaurant).
En mis tiempos, lo corriente era que los chavales estuviéramos enfrentados a nuestros padres. Teníamos con ellos unas relaciones patológicas de amor y odio, casi siempre desequilibradas del lado del odio.
No pude escapar a la regla. Pero, como nunca he sido proclive ni a la sumisión resignada ni a las relaciones turbulentas, puse enseguida los pies en polvorosa. Para los 18 años ya andaba buscándome la vida por mi cuenta, y eso que me ahorré en disgustos... y en posteriores facturas del psicoanalista.
Pasados los años, di en suponer que esa tensión padres / hijos respondía a una especie de ley natural, nacida de dos querencias inevitables y contradictorias: la de los padres a tutelar a los hijos y tratar de imponerles sus pautas de comportamiento y la de los hijos (y las hijas) a desprenderse de la tutela paterna y afirmar su individualidad. De acuerdo con ello, solía bromear diciendo que, del mismo modo que a nuestros padres conservadores les salimos muchos hijos rojos, ahora nos tocaba prepararnos para que nuestros hijos se nos hicieran del Opus o admiradores de Ricardo Sáenz de Ynestrillas.
No ha habido tal. No ha funcionado ese automatismo de caricatura. Tal vez porque hemos acertado -en algo teníamos que acertar- a no provocarlo.
Sigo mirando el fotograma. Creo que hubiera dado muchísimo por haber tenido, como Arlo, una espalda débil y enferma, pero insobornablemente crítica, a la que acogerme.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (22 de septiembre de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de enero de 2018.
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