Ya me hago cargo de que ser gobernante tiene sus limitaciones; que uno no puede contestar, si le preguntan por la muerte de Hasán II: «Vaya, pues un dictador menos».
Pero tampoco creo que sea obligatorio decir lo contrario. Y menos todavía si uno ni siquiera es gobernante.
Cuidado que se han soltado falsedades a cuenta del rey muerto. Casi tantas como sobre el rey puesto.
Algunas, espectaculares. Oí a Felipe González sostener que admiraba a Hasán II por su «gran visión estratégica». Me encantaría que el protolíder socialista fuera a las cárceles marroquíes a explicar a los presos políticos su peculiar concepción de la estrategia. Podría hacerse acompañar de Arafat, que dijo que el rey muerto fue «un campeón de la paz».
Preguntado por el papel de Hasán con respecto al Sáhara Occidental, González respondió que «uno puede tener sus sentimientos, pero un hombre de Estado no puede dejarse arrastrar por ellos». A lo que cabría responder: primero, que tal vez uno pueda tener sus sentimientos, pero que eso no quiere decir que realmente los tenga; y segundo, que resulta reveladora la naturalidad con la que identifica la condición de «hombre de Estado» con la superación de la sensibilidad.
Lo peor de todas las declaraciones condolentes sobre la muerte de Hasán II no es -con ser grave- lo que afecta a Marruecos, sino lo que dejan entrever sobre la concepción que tienen de la política quienes las hacen. «No se puede juzgar la realidad de Marruecos con criterios políticos europeos», han dicho, en ésos o en parecidos términos, decenas de políticos españoles. Gracias a ellos, ahora sabemos que la Declaración Universal de los Derechos Humanos no es, en contra de lo que su nombre indica, universal, sino solo europea. En Oslo está muy feo torturar, pero en Rabat, qué quieren ustedes, es otra cosa. Un gobernante que mandara matar a sus oponentes en París sería deleznable pero, si el que lo hace está ya al otro lado del Estrecho, pues no es lo mismo. Perseguir albano-kosovares es claramente un casus belli, pero hacerlo con saharauis tiene un interés muy escaso.
«Modernizó su país», arguyen. Deduzco que los miserables de las pateras huyen de la modernidad.
También Franco modernizó España. Otro gran hombre, dotado de espléndida «visión estratégica». (Ah, no; se me olvidaba: que a Franco sí se le puede juzgar con «criterios europeos»).
Dejémonos de mandangas: lo que realmente aprecian de Hasán II es que se las arreglara para impedir el progreso del integrismo islámico en Marruecos, asegurando que su país sirva como plataforma de los intereses occidentales -entiéndase: norteamericanos- en el norte de Africa.
Es una reedición más de la famosa sentencia presidencial norteamericana sobre Anastasio Somoza: «Será un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta».
No lo diré yo de Hasán II. Pero solo por elemental respeto a las putas.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de julio de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de marzo de 2013.
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