El problema no es saber cómo la Humanidad ha podido fabricar un monstruo: todas las sociedades producen algunos. El verdadero problema que debe analizarse es el de la existencia de fuerzas sociales que encumbran, que destilan un monstruo y lo ponen a su frente. Rumanía debe preocuparse por ello: muerto el perro, la rabia de los que se ampararon en el clan Ceaucescu no se ha acabado.
El mismo dilema cabe abordar del lado del comunismo: ¿fue Nicolae Ceaucescu un loco que se disfrazó de comunista para llevar adelante sus ambiciones, o hay en el comunismo factores que permiten el florecimiento de personajes como éste? La historia del comunismo estalinista en el Poder presenta el suficiente número de personajes abominables -empezando por el propio Josif Visariónovich Djugáshvili, a quien el mundo conoce por Stalin- como para creer en las casualidades.
Lenin definió la llamada dictadura del proletariado (en la práctica, la dictadura del partido comunista) como «un poder no sujeto a ley alguna, no compartido con nadie». Lenin no podía imaginar lo que harían sus sucesores amparándose en ese principio doctrinal.
El poder -se ha dicho tantas veces- corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente. Las castas burocráticas, una vez aupadas al poder, no tienen más principio fundamental que el de su propia permanencia. Y cuando chocan con las ansias de libertad de los pueblos, recurren a cuantos medios son precisos para frenarlas, reprimirlas, ahogarlas: Ceaucescu era, sin duda, un loco. Pero el estalinismo le proporcionó los instrumentos necesarios para asentar su locura.
Javier Ortiz. El Mundo (28 de diciembre de 1989). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de diciembre de 2011.
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