Por lo que he leído y oído -que tampoco ha sido tanto: el asunto dista de entusiasmarme-, no parece que haya llamado demasiado la atención el nuevo sistema estatuido por el Congreso del PSOE para la elección del órgano de dirección permanente, es decir, de su Comisión Ejecutiva Federal.
A mí me ha parecido un escándalo.
En síntesis, el modelo elegido -y aplicado ya en este caso- sigue tres pasos: en primer lugar, el Congreso elige directamente al secretario general; luego, éste se encarga de seleccionar a los miembros de su Ejecutiva; por último, la Ejecutiva seleccionada por el secretario general es sometida a la ratificación del plenario.
Se trata de un sistema de poder que bien puede calificarse de dictadura, dicho sea en el sentido romano del término. Como en las primeras dictaduras de Roma, el dictador es elegido pero, una vez que recibe el beneplácito de los electores, su poder es inmenso.
La potenciación del poder personal se sustenta en una filosofía de mando diametralmente opuesta a la que defiende la superioridad del poder colegiado. La primera confía en el arbitrio del líder; la segunda, en las soluciones de compromiso surgidas de la confrontación de los criterios y los intereses diferentes representados en el órgano de poder correspondiente.
Nada excluye, desde luego, que el dictador sea sabio, prudente y hasta generoso. Pero depende de él. No es algo a lo que le fuerce la propia dinámica organizativa.
Por supuesto que el sistema establece un mecanismo para derrocar al dictador en el caso de que éste se comporte de manera inaceptable para el partido. Pero se trata de un mecanismo de efectos tan inevitablemente traumáticos para el colectivo que es, en la práctica, como si no existiera. Recurrir a él supondría condenarse a una nueva travesía del desierto, perspectiva cuya sola mención horroriza a todo aquel que ya ha hecho alguna.
Pero, más allá de las consecuencias prácticas que tenga en su vida orgánica interna, el sistema elegido por el PSOE representa un modelo muy negativo para la educación democrática de la sociedad. De una sociedad que no necesita que se le incite a creer en las virtudes taumatúrgicas de tales o cuales líderes carismáticos, sino en la superioridad de la suma de las inteligencias, los esfuerzos y las voluntades de los más.
Esta reedición socialista del culto a la personalidad, que tanto practicaron con Felipe González, echa doblemente para atrás, por lo evidente que resulta que no se asienta en la admiración espontánea que sienten hacia el personaje encumbrado -recordemos que en el anterior Congreso lo eligieron por los pelos y con todas las reticencias del mundo- sino, en lo esencial, en el deseo de amarrarse al poder que han recuperado de manera sorprendente incluso para ellos y cuya permanencia ligan a la persona del actual presidente de Gobierno.
Espero que, por lo menos, tengan el buen gusto de no clausurar el Congreso cantando La Internacional, con aquello de «Ni en dioses, reyes ni tribunos / está el supremo salvador»...
Javier Ortiz. Apuntes del natural (4 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de junio de 2017.
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