Como me paso la semana zooilogizando, metido hasta el cuello en las cosas del humor ácido, caricaturizando por escrito y aventando enormidades que ni yo mismo me creo -porque el humor, como el amor, anima al disparate-, suelo llegar al sábado harto de bromas, con ganas de sacar a pasear por este corredor de letras -según se entra en el diario, a mano izquierda- mi lado más severo y reflexivo.
Pero es que no me dejan. Me siento ante el ordenador dispuesto a iniciar una ristra de reflexiones trascendentalísimas sobre la vida y la muerte y, en tan delicado momento, zas, oigo en la radio a un ministro que dice que quienes hemos expuesto a la luz del día los tejemanejes del CESID lo que queremos en realidad, es «ejercer una presión antidemocrática sobre las instituciones». ¡Toma ya! Aún no repuesto del susto, me anuncian que en el artículo editorial de un colega se afirma que lo que estamos intentando es más bien «transformar [esta] crisis del Gobierno en un colapso del actual régimen de monarquía parlamentaria». ¡Olé!
Así no hay modo de ponerse serio. ¿Ya estamos otra vez con la conspiración republicana? Pero, hombres de Dios: ¡si todavía no ha entrado el verano! Antes, por lo menos, esperaban a las vacaciones parlamentarias, con su estacional vacío de noticias, para recuperar del baúl de los inventos esa cómica versión celtibérica del monstruo del Lago Ness. ¡Qué mal deben verse, que echan mano de ella apenas cumplido el 40 de mayo, cuando los prudentes aún nos planteamos si quitarnos o no el sayo protector!
Habrá que volver, pues, a las de siempre, y repetir por enésima vez que no hay conspiración, que la conspiración que no existe no es antidemocrática y que, para más inri, tampoco es republicana. No hay conspiración, en primer lugar, porque lo que aquí se ha producido es, sencillamente, una conjunción bien visible de antifelipismos varios, cada uno de su padre y de su madre. No es antidemocrática, en segundo término, porque lo que se reclama es la convocatoria urgente de elecciones generales. Y no es tampoco antimonárquica porque cualquier bicho viviente con los pies en la tierra sabe que en la España de hoy una alternativa republicana sería vapuleada en las urnas.
Se preguntan alarmados cómo es posible que haya quien filtre a El Mundo información secreta y por qué la publica este periódico. Lo segundo tiene contestación sencilla: la publicamos porque es verdad y porque es terrible. Y lo primero también es fácil de explicar: porque los felipistas han sido imbéciles. Han tratado fatal a mucha gente que sabía mucho sobre ellos. ¿Qué tiene de extraño que sus víctimas quieran contraatacar, o disfrutar al menos del placer de la venganza?
A decir verdad, no me extrañaría nada que el siguiente en llamar a las puertas de El Mundo sea el general Emilio Alonso Manglano.
Javier Ortiz. El Mundo (17 de junio de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de julio de 2012.
Comentar