Bastantes vascos -y no vascos- saludamos hace un par de años el aún incipiente proceso de paz de Irlanda del Norte como un ejemplo que valía la pena seguir.
Muchos se nos echaron encima enfadadísimos: «¡Irlanda del Norte no es Euskadi!», clamaron.
Pues claro que no. Se trata de conflictos de naturaleza diversa, que se desarrollan en realidades sustancialmente distintas. Eramos perfectamente conscientes de ello.
No apelábamos a mimetismo alguno. Lo que poníamos como ejemplo era exclusivamente el enorme esfuerzo de ductilidad y de tolerancia que habían hecho allí los unos y los otros para empezar a salir del atolladero en el que se encontraban.
ETA y sus partidarios más fieles -más seguidistas- se acogen también a menudo al «ejemplo de Irlanda». Pero lo hacen justamente al revés.
Cualquier amago de ductilidad -no digamos de tolerancia- les es ajeno. Durante el tiempo que duró la tregua, fueron incapaces de hacer ni una sola propuesta que tuviera la más mínima posibilidad de materializarse. Todo lo que expusieron tanto a los enviados de Aznar en Zúrich como a los del PNV en sus sucesivos contactos fue una relación de exigencias máximas, inaceptables no ya para el Gobierno del PP, sino incluso para el propio PNV.
A cambio, en lo que los jefes del MLNV sí apelan a la experiencia de Irlanda y la imitan, es en aquello en lo que el Ulster y Euskadi se parecen tanto como un huevo a una castaña.
Ahora les ha dado por llamar «unionistas» a los vascos hostiles al independentismo. Como si los sectores sociales no nacionalistas de Euskadi fueran el resultado de un flujo migratorio asimilacionista patrocinado por el Estado para acallar el independentismo vasco. Como si fuera posible identificar al campo abertzale con la gente de origen autóctono y el españolista con la de procedencia inmigrante.
Por supuesto que no es así. De serlo, probablemente ocurriría en Euskadi lo mismo que en Irlanda del Norte: que las poblaciones de uno y otro tipo vivirían cada una por su cuenta, perfectamente separadas. Incluso por muros, como en Belfast.
Lo cual sería espantoso, pero al menos tendría una ventaja: nadie tendría por qué soportar la presión cotidiana -vecinal, laboral- de gente que le odia por sus ideas políticas y que no se corta un pelo en hacérselo notar cada dos por tres. Si así fuera, Imanol Larzabal -típico «unionista»- no tendría por qué abandonar Euskadi, harto de que lo insulten y amenacen: viviría tan tranquilo en su barrio protestante.
Pero en Euskadi no hay barrios de ésos. Los únicos que viven segregados son los de Neguri.
Javier Ortiz. El Mundo (11 de octubre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 13 de octubre de 2010.
Comentarios
Un saludo!
Escrito por: Josetxu.2010/10/26 10:39:54.830000 GMT+2
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Escrito por: PWJO.2010/10/27 13:51:1.106000 GMT+2