José Borrell quiso anteayer justificar ante el Pleno del Congreso de los Diputados sus fallidos planes hidrológicos, pero la presidenta de la cosa, doña Luisa Fernanda Rudi, no se lo permitió. Debió de sentirse muy frustrado. Con lo que le gusta hablar.
Pocas horas después de ese acto fallido exministerial, compartía yo mesa en una terraza de Sevilla al calor de la noche primaveral con un grupo de sufridos ciudadanos y ciudadanas que, pese a haberme aguantado poco antes una larga y más bien deprimente conferencia, no parecía guardarme rencor.
Salió a relucir -por así decirlo- el nombre de Borrell. Uno de los asistentes contó que había asistido hace no mucho a una perorata pública del exministro en la que este había afirmado, con toda naturalidad, que el mundo no podrá ir medianamente bien «mientras el valor supremo sea el dinero».
Mi contertulio confesó que, cuando le oyó decir eso, se quedó perplejo.
Y con razón: es bien sabido que la búsqueda del máximo beneficio es el motor del sistema capitalista.
¿Se habrá hecho radicalmente anticapitalista don José sin previo anuncio, a escondidas, o pretenderá más bien estar a la vez en misa y repicando?
Quien defiende el capitalismo -Borrell lo hizo durante años, y a base de bien- no puede pretender quedarse con el lado bueno del asunto y desentenderse de sus resultados perversos. El lote se vende entero. El capitalismo es eso que hace que, cuando una gran empresa despide a 10.000 trabajadores, sus acciones suban como la espuma en el mercado. Uno no puede felicitarse de lo bien que se lo montan en Indonesia para producir mercancías tan baratas y lamentarse luego de que la gente se muera de hambre por allí.
Es todo lo mismo. Las dos caras de la misma jeta.
No desdeño la posibilidad de que José Borrell se haya dado cuenta de la intrínseca perversidad del capitalismo realmente existente y haya decidido cambiar de acera, en un rasgo de nobleza moral y de lucidez intelectual que le honraría. Pero, en tal caso, convendría que hiciera balance público del conjunto de su existencia anterior. Sin olvidarse de sus proyectos frustrados de todo tipo. Incluidos los hidrológicos.
Si el exministro excandidato ha llegado a la conclusión de que su trayectoria como político al servicio del capitalismo ha hecho agua -puesto que de aguas se habla-, no seré yo quien le niegue la bienvenida a las famélicas huestes de la rebeldía internacional.
Pero debería empezar por admitirlo. Yo fui uno de ellos, podría llamarse la conferencia. Y de subtítulo: ...Y, además, uno de los peores. Sería un buen comienzo.
Javier Ortiz. El Mundo (24 de marzo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de marzo de 2013.
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