Es evidente que todos los pasos que están dando los integrantes de eso que pudiéramos llamar «el frente del Gobierno» en relación al caso de los GAL responden a un plan de conjunto. Barrionuevo no se dejó llevar por un súbito rapto de mal humor cuando convocó a la Prensa en el Congreso de los Diputados. Vera no se presentó a las tantas de la madrugada en un cuartelillo de la Guardia Civil para denunciar al juez Garzón porque reparara en esa posibilidad según le venía el sueño. Es falso que Leguina ande desmelenado denunciando como un poseso las sórdidas conspiraciones garzónico-pedrojotísticas porque a partir de cierta hora sea víctima de obnubilaciones espirituosas más o menos transitorias: Almunia viene a hacer más o menos lo mismo, y entre sus muchísimas virtudes no parece que figure la de empinar el codo desmedidamente. Tampoco es casual que hayan dado cuerda al reo Sancristóbal con tanto bombo y platillo en este momento de la película. La conjunción del sentido de todas su iniciativas -incluidas las del propio González- revela que el azar no pinta nada aquí.
Obviamente, son conscientes de que todas sus querellas, recursos y denuncias contra Garzón carecen de consistencia jurídica. Tampoco esperan que les vaya a salvar la horrible trola del «señor Z». ¿Qué pretenden entonces? Se supone que persiguen tres objetivos: 1º) embarullar al máximo, para entorpecer la labor del juez; 2º) provocar a Garzón para que entre al trapo y se «demuestre» así que no es imparcial, dando base a su recusación, y 3º) generar en la opinión pública un sentimiento de desconfianza hacia el juez por la vía del «algo tiene que haber».
Bueno, pues no dudo de que esos tres designios estén entre los que buscan. Pero me saben a muy poco. El peligro que corren es enorme, y su pánico, evidente. No creo que cifren todas sus esperanzas en una táctica tan tosca y, sobre todo, tan aleatoria, tan desmontable.
Temo que estén preparando una maniobra de mucho mayor calado.
Examino los hechos. Compruebo que sus ataques contra Garzón son a la vez tan continuos, tan brutales y tan burdos que es inevitable que, no ya Garzón, sino la judicatura en su conjunto se sienta insultada, y crea necesario responder de forma colectiva. Ellos tenían que saber que eso iba a pasar. Y me pregunto: ¿y si era lo que deseaban? ¿Y si estuvieran tratando de provocar un conflicto sin cuartel entre el poder ejecutivo y la judicatura, para alegar que el poder judicial no puede hacerles justicia, porque todo él está predispuesto contra ellos? ¿Y si la carta que se guardan en la manga, por si se ven a un paso de la cárcel, es la provocación de un bloqueo institucional completo, que deje al país en un callejón sin salida y fuerce una solución pactada que excluya su procesamiento?
Que se anden con mucho ojo los jueces. Estos no están dispuestos a que la alternancia sea entre La Moncloa y la cárcel. Son capaces de lo que sea para evitarlo.
Y si no, al tiempo.
Javier Ortiz. El Mundo (21 de enero de 1995). Subido a "Desde Jamaica" el 21 de julio de 2010.
Comentar