Llevo muy mal la desidia. Mucho peor que la estupidez. Si alguien se esfuerza por hacer bien lo que le corresponde y no lo consigue, pobrecillo: qué culpa tiene. Al que no trago es al que ni siquiera lo intenta. Al que practica la chapuza porque le importamos una higa los receptores de sus patas de banco.
Me topo con gente así a todas horas, cuando escucho los boletines informativos de las radios. Anteayer hice en cosa de nada una breve antología de dislates radiofónicos, puestos en circulación con total naturalidad, ya que no alegría.
Me encontré, para empezar, con varios «falsos avisos de bomba». Respondí en voz alta al locutor: «No, hombre, no. Los avisos no han sido falsos. Se han producido. Otra cosa es que avisaran de algo inexistente».
Algo antes (o después, ya no me acuerdo) otro supuesto informador me soltó: «Ha sido detenido en Ayamonte un automóvil cargado de explosivos». «¡La mar de automóvil -me dije-, si viajaba sin conductor!».
En un momento dado –que, como decía Lázaro Carreter, es cuando sucede todo–, una locutriz me dio a conocer que el ministro español de Exteriores había aludido al atentado «cometido en Líbano por un vehículo suicida». ¿Un vehículo suicida? Jodó, cada vez los fabrican con más prestaciones.
Un corresponsal en la capital francesa me informó minutos después de la detención de «tres nuevos miembros de ETA». Tendí a suponer que lo novedoso había sido su detención, no su pertenencia a ETA.
No quisiera eternizarme con chorradas de este género, aunque a fe que podría. Anoté también que un vehículo había sido «cargado con 50 explosivos» (¿no sería con 50 kilos de explosivo?) y que la Policía había realizado «tres explosiones controladas» en el mismo coche, Dios sabe con qué intenciones. Me dio tiempo asimismo para preguntarme por qué Moratinos habla siempre de «aeronaves», pudiendo expresarse como la gente normal y decir «aviones».
Pero el momento cumbre de mi tiempo dedicado al hastío informativo-radiofónico llegó cuando me pusieron a la nueva ministra del Interior del Reino Unido quien, a la vista del lío que se le había montado a base de médicos suicidas y tal y cual, se presentó ante el mundo mundial y dijo: «Tenemos que enviar un mensaje claro de rechazo al terrorismo».
Admito que eso me conmovió hasta lo más íntimo. Se disiparon de golpe todas las dudas que tenía sobre la posible complacencia de la señora Smith con el terrorismo. Se desvanecieron mis sospechas sobre la indeterminación del Gobierno de Su Graciosa Majestad a la hora de enviar mensajes, en general, y de lanzar urbi et orbi mensajes de rechazo al terrorismo, en particular.
¡Qué certero torpedo en la línea de flotación de la verborrea insustancial de los políticos!
Gracias, señora Smith. Me ha devuelto usted mi fe en la radio como fuente de profundización gnoseológica.
Me topo con gente así a todas horas, cuando escucho los boletines informativos de las radios. Anteayer hice en cosa de nada una breve antología de dislates radiofónicos, puestos en circulación con total naturalidad, ya que no alegría.
Me encontré, para empezar, con varios «falsos avisos de bomba». Respondí en voz alta al locutor: «No, hombre, no. Los avisos no han sido falsos. Se han producido. Otra cosa es que avisaran de algo inexistente».
Algo antes (o después, ya no me acuerdo) otro supuesto informador me soltó: «Ha sido detenido en Ayamonte un automóvil cargado de explosivos». «¡La mar de automóvil -me dije-, si viajaba sin conductor!».
En un momento dado –que, como decía Lázaro Carreter, es cuando sucede todo–, una locutriz me dio a conocer que el ministro español de Exteriores había aludido al atentado «cometido en Líbano por un vehículo suicida». ¿Un vehículo suicida? Jodó, cada vez los fabrican con más prestaciones.
Un corresponsal en la capital francesa me informó minutos después de la detención de «tres nuevos miembros de ETA». Tendí a suponer que lo novedoso había sido su detención, no su pertenencia a ETA.
No quisiera eternizarme con chorradas de este género, aunque a fe que podría. Anoté también que un vehículo había sido «cargado con 50 explosivos» (¿no sería con 50 kilos de explosivo?) y que la Policía había realizado «tres explosiones controladas» en el mismo coche, Dios sabe con qué intenciones. Me dio tiempo asimismo para preguntarme por qué Moratinos habla siempre de «aeronaves», pudiendo expresarse como la gente normal y decir «aviones».
Pero el momento cumbre de mi tiempo dedicado al hastío informativo-radiofónico llegó cuando me pusieron a la nueva ministra del Interior del Reino Unido quien, a la vista del lío que se le había montado a base de médicos suicidas y tal y cual, se presentó ante el mundo mundial y dijo: «Tenemos que enviar un mensaje claro de rechazo al terrorismo».
Admito que eso me conmovió hasta lo más íntimo. Se disiparon de golpe todas las dudas que tenía sobre la posible complacencia de la señora Smith con el terrorismo. Se desvanecieron mis sospechas sobre la indeterminación del Gobierno de Su Graciosa Majestad a la hora de enviar mensajes, en general, y de lanzar urbi et orbi mensajes de rechazo al terrorismo, en particular.
¡Qué certero torpedo en la línea de flotación de la verborrea insustancial de los políticos!
Gracias, señora Smith. Me ha devuelto usted mi fe en la radio como fuente de profundización gnoseológica.
Javier Ortiz. El Mundo (7 de julio de 2007). Subido a "Desde Jamaica" el 26 de junio de 2018.
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