No siento particular simpatía por Odón Elorza.
Para no llamar a nadie a engaño, admitiré que mi poco aprecio tiene un componente personal. Para una vez que le pedí una entrevista -modosita, discreta, dentro de una serie de ellas- acabó negándomela de mala manera. De mala -digo- por maleducada: su jefe de Prensa me estuvo mareando durante días, reclamándome papeles y aclaraciones de todo tipo, para terminar dejándome un recado displicente en el que me comunicaba que don Odón no veía razón alguna para hablar conmigo.
Porque no, punto y final.
De tratarse de Fraga, lo habría admitido como un gesto natural: el ex ministro de Franco jamás ha pretendido dárselas de político jatorra, llanote y al alcance de cualquiera. Pero Elorza va de estupendo. Y resulta que luego, cuando la cámara no le enfoca, te trata con más ínfulas que el mismísimo Pavarotti.
Tomé nota de su descortesía (ya se ve).
Pero, como decía Baroja, lo marqués no quita lo valiente, y mi cabreo con el alcalde de mi pueblo no me ha llevado nunca a pensar que sea peor munícipe que cualquier otro de los posibles. Lo fue, cuando estaba de aprendiz, abandonaba su despacho y se bajaba a la calle quitándose la chaqueta en plan «¡A mí, Sabino, que los arrollo!», presto a enfrentarse no sólo con la kale borroka toda junta, sino también con la kale y la borroka por separado. Pero luego la vida le fue enseñando, empezó a pensárselo dos veces, se dio cuenta de que las cosas de este mundo son más complicadas, vio su peor retrato en la imagen de doña María San Gil y terminó adoptando posiciones de mediación y apaciguamiento.
Cosa que le agradezco.
Y cosa que no le perdonan los nacionalistas españoles, que se la tienen jurada. En particular, los del gremio periodístico matritense, que lo ponen de vuelta y media, hoy sí y mañana también.
Le tienen reservado un adjetivo muy especial: «patético». Odón Elorza no les parece mal socialista, mal español, mal calvo y mal bajito -que también-, sino, sobre todo, «patético».
Miro los resultados electorales y me pregunto: ¿quién es realmente patético? ¿Es patético Odón Elorza, que no para de mejorar su cuota de apoyo ciudadano, es patético el electorado donostiarra, que lo respalda cada vez con más amplitud... o son patéticos los comentaristas políticos matritenses, que demuestran no entender nada de nada, y cada vez menos?
Son los mismos que auguraron que estas elecciones iban a mostrar la verdad de la cosas en Euskadi, y que ahora no saben qué decir sobre lo que realmente ha ocurrido.
No; no son patéticos. Son ridículos, sin más.
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Otro asunto.
Enfatizó ayer mucho Alfredo Urdaci en el telediario nocturno de la 1 de TVE que los compañeros de los 62 militares muertos en accidente de aviación en Turquía cantaron un himno en el que sostenían que «la muerte no es el final».
Se ve que a Urdaci ésa le pareció una idea muy bonita.
La muerte no es «el final», cierto, porque «el» final no existe. Nada se crea ni se destruye, etcétera. Pero la muerte de esos 62 militares es el final de la vida de esos 62 militares, vaya que sí. Déjense de zarandajas, que lo saben de sobra.
No ha sido el final, en cambio, del Ministerio de Trillo, ni de los telediarios de Urdaci. En ese sentido, se entiende su consuelo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (29 de mayo de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 16 de junio de 2017.
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