El hábito -mención que hace doblemente al caso, tratándose de obispos- nos lleva a dar por normal aquello que, de ser foráneo, tomaríamos por puro disparate. Lo que solemos considerar «el orden natural de las cosas» no es, de hecho, sino el orden habitual de las cosas. Si desde nuestra niñez hubiéramos visto las montañas con la cima para abajo y la falda para arriba, nos parecería que estando así es como respetaban «el orden natural de las cosas».
Nos escandaliza el integrismo de los talibanes y otros feroces del Corán porque obligan a las mujeres a taparse hasta las cejas y no les permiten trabajar a cambio de un salario, prohíben ver la televisión y son capaces de hacerte papilla como te pillen con una birra en la mano. Lo cual es una barbaridad, dicho sea en todos los sentidos del término, incluido el etimológico. Pero tomamos como parte propia del paisaje y el paisanaje que los cartujos aragoneses nieguen a las mujeres, por el hecho de serlo, la visión de los frescos de Goya que encierra el Aula Dei. Y tampoco nos choca gran cosa que la Iglesia de Roma obligara a las mujeres -¿lo sigue haciendo?- a cubrirse la cabeza para entrar en un templo. Y no ponemos el grito en el cielo -si se me permite la expresión- porque el Estado Vaticano niegue en su territorio la vigencia de las libertades democráticas y tenga proscritas las elecciones libres. Como siempre ha sido así...
Asistimos estos días al enfado de aquí te espero que han cogido algunos obispos españoles porque el vicepresidente primero, Francisco Alvarez Cascos, se ha casado por lo civil, sin tener en cuenta las obligaciones religiosas de su anterior matrimonio. Dejo de lado las consideraciones episcopales en lo que tienen de específicas para el caso -que si el boato, que si la ostentación: podría incluso estar de acuerdo con ellos, aunque por razones parcialmente diferentes- y me fijo únicamente en los criterios generales, de principio, que han manejado. Sostienen estos obispos, expresado en román paladino, que una persona que no se atiene a las normas del matrimonio canónico está descalificada para el ejercicio de un cargo de responsabilidad civil.
Estamos, de hecho, ante un intento de proyección dogmática a la vida colectiva de la ética propia de una convicción privada, esto es, ante un pensamiento del mismo género filosófico -aunque mucho más moderado en sus pretensiones, sin duda- que el esgrimido por los integristas islámicos.
«Yo no confiaría mis negocios a una persona que abandona a su familia y se lía con unos y otros», dice el obispo de Mondoñedo-El Ferrol. Bendita sinceridad: admite que lo que le preocupa -además de los negocios- es que haya quien abandone a su familia (cosa que nunca ha vedado la Iglesia)... para «liarse» «con unos y otros». Esa es la esencia misma del integrismo: la exigencia de que toda la sociedad se atenga a una moral particular.
Alegrémonos: aquí esa lógica escalofriante tiene muchos menos seguidores que en Afganistán.
Javier Ortiz. El Mundo (26 de octubre de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de octubre de 2010.
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