Cuando hago viajes largos por carreteras tranquilas -cosa que me ocurre un par de veces al mes, como mínimo-, suelo pasar el rato pensando sobre asuntos políticos y sociales. Relajado, mato el tiempo dedicándome a especular con las diferentes posibilidades que presentan las noticias que oigo por la radio, o dando forma mental a las ideas que se me ocurren mientras divago.
El pasado jueves iba conduciendo en ese plan, escuchando los noticiarios radiofónicos. Hablaban todos de la inminencia de la decisión del Tribunal Constitucional sobre las candidaturas de AuB. Daban por supuesto -muy razonablemente- que la troupe de Jiménez de Parga haría lo que hizo. Yo nunca había albergado ninguna duda al respecto, y menos desde que me enteré de que los dos magistrados encargados de tramitar los recursos fueron nombrados a propuesta del PP. Con todo y con eso, como mero ejercicio de gimnasia reflexiva, me formulé la gran pregunta: «¿Qué sucedería si el TC echara para atrás el dictamen del Supremo y determinara que no hay razón alguna para impedir que esas candidaturas acudan a las urnas?». Y me di la respuesta: «Es imposible. Los magistrados del TC no se atreverían a hacerlo, porque saben que se armaría la de Dios».
Habría representado, en efecto, un verdadero cataclismo. No porque el Tribunal Supremo resultara desairado -siempre que el Constitucional acepta un recurso contraría al Supremo: es inevitable- sino porque el Gobierno quedaría en una posición imposible. En efecto: después de haber afirmado una y mil veces por activa y por pasiva que su posición es el abecé del espíritu democrático, que la suya es la única actitud que pueden adoptar quienes estén realmente contra el terrorismo, que ningún espíritu respetuoso de la Constitución puede poner en duda la oportunidad de esas medidas prohibicionistas, ¿con qué cara habrían podido encajar una sentencia contraria?
Han encontrado una táctica eficacísima y de aplicación universal: cada vez que enfrentan un problema de importancia, ponen en marcha toda su maquinaria de presión mediática, todos sus infinitos mecanismos de amedrentamiento y toda su fábrica de promesas y expectativas de prebendas hasta conseguir que parezca obvio que la elección es o sí o sí, porque fuera de eso sólo habitan las tinieblas de la perversión y el crimen.
Su problema es que esa táctica les obliga a llevar una y otra vez las cosas al límite, a tirar de la cuerda todo lo que aguanta. Arriesgan una y otra vez al máximo. El día en que la jugada les falle -porque un tribunal considere que le están obligando a pasarse demasiado demasiadas veces, o porque el PSOE se diga que ya está bien de ejercer de acólito permanente, o porque la propia opinión pública se harte del ridículo esquematismo que le imponen-, entonces se hundirá sin remedio el aparatoso castillo de naipes en el que habita ufano el PP.
Tanto antes ocurra eso, tanto menos se pudrirá todo.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (11 de mayo de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de mayo de 2017.
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