Desde que tiene mayoría absoluta, el PP ha ido acentuando más y más su rigidez política y su intolerancia ideológica. Es algo que quienes simpatizan con él quizá no noten, pero que es muy llamativo para cuantos lo vemos desde posiciones divergentes.
Uno de los males que resultan de esa deriva dogmática es su creciente recurso al reduccionismo como sistema universal de reflexión política. Todo es o esto o lo otro. O blanco o negro. Y, claro está: o conmigo o contra mí.
El silogismo reduccionista por antonomasia funciona así:
Primera premisa: A es o B o C.
Segunda premisa: A no es B.
Conclusión: Luego A es C.
Aplicación práctica favorita:
Primera premisa: O se está con la política antiterrorista del Gobierno o se está con ETA.
Segunda premisa: El PNV no asume la política del Gobierno.
Conclusión: Luego el PNV está con ETA.
Otra variante típica del reduccionismo es la que se basa en la identificación entre lo simultáneo y lo causal. Por ejemplo:
Primera premisa: Durante los últimos años el Gobierno ha aplicado una política económica ultraliberal.
Segunda premisa: Durante los últimos años ha habido prosperidad económica.
Conclusión: La prosperidad económica es fruto de la política económica ultraliberal del Gobierno.
Tanto da que observes que en Francia también ha habido prosperidad, pese a aplicar una política diferente (todo lo diferente que cabe dentro de los parámetros de la UE). Ellos vuelven una y otra vez sobre su pretendido razonamiento, e incluso lo llevan más lejos: si te opones a la política económica ultraliberal del Gobierno, es que estás en contra de la prosperidad.
Ayer me topé con un ejemplo viviente de los estragos que está causando el reduccionismo aznarista incluso entre quienes creen estar muy lejos de los postulados ideológicos del PP. Yo había criticado la política que está siguiendo Aznar con el nacionalismo y una amiga me objetó: «Eso que dices tú es lo mismo que está diciendo ahora Felipe González. ¿No te da vergüenza coincidir con él?».
O sea, que si González mira el reloj y dice que son las 4, yo tengo que decir que son las 6, so pena de convertirme en un felipista de tomo y lomo. Y si él deplora la actitud belicosa de Israel, yo habré de hacerme fanático sionista.
Es la misma sal gruesa que usan contra los nacionalistas pacíficos: «¡Coincidís con ETA!», les espetan. Coinciden en la descripción genérica de ciertos fines, sí, pero la incompatibilidad en los métodos hace inevitable la contradicción en los propios fines.
Ocurre que no hay peor entendedor que el que no quiere entender.
Javier Ortiz. El Mundo (14 de octubre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de octubre de 2012.
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