Supongo que todo el mundo conoce el chiste del chico que se acerca en un bailongo a una chica y le pregunta: «¿Bailas?». Ella le mira de arriba abajo con aire de desaprobación y le responde con un seco «¡No!». A lo cual, él, cariacontecido, apostilla: «Jo, pues entonces, de follar, ni te hablo».
Me ha acordado del presunto chiste esta mañana, según oía las noticias al poco de levantarme. La revista de prensa de Radio 5 no dejaba mucho lugar a dudas sobre la unanimidad de la reacción del conglomerado político-mediático de ámbito español ante el acuerdo que han alcanzado en Cataluña para votar -allí- el proyecto de nuevo Estatuto de Autonomía. Hay cierta diferencia de tonos, pero ninguna de contenido: «Intolerable».
Sucede que, si uno entra en el meollo del asunto para ver qué es lo que les resulta tan intolerable, se encuentra con algunos puntos de cierto fuste, pero poco o nada rupturistas: la catalogación de Cataluña como nación, la defensa de un modelo de recaudación de impuestos semejante al que rige en los territorios forales vasco-navarros, el fortalecimiento del poder judicial autónomo y un cierto blindaje de las prerrogativas autonómicas, para que no queden al albur de los estados de ánimo del Gobierno central. Nada que tenga que ver, ni de lejos, con ninguna amenaza separatista. Lo cual, para quienes defendemos el derecho de separación, viene a ser como una petición de baile.
Lo que pasa es que, cavilando en la relación entre el chiste antes mencionado y la abrupta reacción provocada en las altas esferas de Madrid por el acuerdo mayoritario catalán, me he dado cuenta de que la realidad es la contraria: es como si el chico le hubiera dicho a la chica que tenía que follar con él por narices.
Lo cual, desde luego, no habría tenido ninguna gracia.
Sin embargo, ése es el asunto, en realidad: el PP, el PSOE y sus corifeos creen que el pueblo de Cataluña debe someterse a las reglas que le vienen dadas, le gusten o no, y que no tiene derecho a proponer otras por su cuenta.
Lo que se dibuja en el acuerdo estatutario catalán es un planteamiento de signo federalista, basado en la idea de que el Estado común -que no central- debe ser fruto del acuerdo establecido en plano de igualdad entre los representantes de los diversos pueblos que desean integrarlo. Cosa que cada cual -político, periodista, fontanero o fraile (*)- es perfectamente libre de considerar excelente, aceptable, tirando a mala o espantosa, pero que, en todo caso, no tiene nada de novedosa. De hecho, el propio partido en el Gobierno viene definiéndose desde hace más de un siglo como federalista, lo que, por lo menos, podría haberle familiarizado algo con la idea. Hubo un tiempo -ahora hace tres décadas, exactamente- en el que ese mismo partido defendió el derecho de autodeterminación de Cataluña, Euskadi y Galicia, incluyendo su derecho a separarse de España y a constituir estados propios, lo cual es bastante más, o incluso muchísimo más, me parece, de lo que plantea el proyecto de nuevo Estatut catalán.
Cada vez que nos topamos con situaciones como ésta de ahora, me viene a la memoria la discusión que se produjo entre las fuerzas políticas vascas de orden cuando estaban redactando el acuerdo que finalmente se dio en llamar Pacto de Ajuria Enea. Se hizo constar en aquel documento que la izquierda abertzale debía acudir a las instituciones -eran decididamente otros tiempos- porque en ellas cabía defender cualquier planteamiento político. Y Carlos Garaikoetxea apostillaba, socarrón, una y otra vez: «Sí, cabe defenderlo, pero no lograrlo».
Aquí te dejan ser de todo, federalista y hasta separatista, siempre que no haya peligro de que se vaya a hacer ni de lejos lo que propones. De hecho, ya los hay que están apelando a la garantía de las Fuerzas Armadas y a otras intimidaciones del estilo. Y eso que lo que va a salir del Parlamento catalán no pasa de ser una propuesta tímidamente federalizante.
Esta gente no se da cuenta de que basta con que te digan que tienes que estar obligatoriamente en un sitio y hacer esto o lo otro, te apetezca o no, para que te entren unas ganas irreprimibles de largarte por piernas.
(*) Oigo que la Conferencia Episcopal se va a pronunciar contra el proyecto de Estatut catalán. Fascinante.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (30 de septiembre de 2005). Subido a "Desde Jamaica" el 28 de septiembre de 2017.
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