Eduardo Iribarren, director de Noticias de Gipuzkoa, tiene guardada en papel una copia del mensaje que Javier envió a Juanma Molinero, adjunto al director en la actualidad, cuando éste le pidió consejo para redactar editoriales.
Transcribo literalmente los cuatro puntos del mensaje. Es del 11 de mayo de 2006.
Mi técnica siempre fue la misma:
1º) Sucinta exposición del asunto, yendo al núcleo del problema, sin repetir detalles que ya figuran en la noticia correspondiente y, si es necesario, remitiendo a ella ("Como publicamos hoy en nuestra sección de Sociedad", etc.). Pero no olvidando nunca citar lo esencial del asunto: ha ocurrido esto, Mengano ha afirmado tal cosa, etc.
2º) Recuento de los argumentos de la otra parte ("Bien es cierto que...", "Arguye que...", "Resulta innegable que...", etc.), poniendo mucho cuidado en no caricaturizar en exceso la posición contraria y, sobre todo, en no deformarla, por severo que vayas a ser luego con lo que ha dicho o hecho.
3º) Presentación de los argumentos propios, recurriendo en lo posible a citas de autoridad ("Tal Ley dice que...", "Tal Tratado internacional obliga a...", "Tal sentencia ya dejó claro que...", "El ilustre Fulano de Tal ya declaró que... o hizo...", etc.). Para esta parte conviene tener una buena agenda de expertos en diversas materias, que estén en sintonía ideológica con la línea del periódico, a los que poder dar un toque y consultar. (Eventualmente se les puede compensar por sus servicios.) A veces esto no es necesario, porque en la sección en la que parece la noticia hay alguien especializado en ese asunto en particular. En todo caso, siempre está Internet. Es muy importante contar con una documentación solvente sobre el asunto del que se trate para no caer en dos peligros graves: que lo que digas resulte tan tópico que haya cientos de lectores que ya lo hayan pensado por su cuenta antes de empezar a leerte o, todavía peor, que demuestres que estás escribiendo sobre algo de lo que no tienes ni puta idea.
4º) Emisión de sentencia final ("Esto está mal", o "Esto es lo correcto", o lo que sea) procurando que la frase que remata el editorial sea lo más rotunda y sentenciosa que quepa, es decir, que no deje duda de que el periódico tiene clarísimo lo que opina... y, ya de paso, de que el editorialista es muy culto y muy ocurrente.
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