Creo que fue García Sabell el que definió la saudade como la nostalgia que nos produce no tanto lo ausente como lo nunca visto, lo nunca conocido. Puede que sea el legado de mi abuelo gallego, pero tanto más mi edad avanza -tanto más retrocede mi cuerpo, de regreso hacia la nada-, tanto más me duele todo cuanto pudo ser y no fue. Y tanta más nostalgia siento del futuro.
Antes, in illo tempore, el futuro no estaba tan ausente. Hubo un tiempo en el que el futuro vivía y habitaba entre nosotros, arropado de esperanza. Era el regazo al que corrían los sueños para encontrar asilo, el oasis que daba reposo a la sed de justicia en el desierto.
En aquel entonces, el futuro iba ceñido a la sórdida realidad, pero no para servirle de sombra, sino para alumbrarla: gracias a él, cabía afrontar el presente con desapego. Ayudaba a soportarlo. La miseria, por palpable que fuera, parecía menos cierta ante el anuncio de un mañana tal vez no cercano, pero en todo caso inevitable. Entonces el poeta preso escribía: «En este campo estuvo el mar. Alguna vez volverá». Y el perseguido se las daba de profeta: «Días vendrán de luto para el miedo. Noches traerán venganza para el asco». Creían en ello y encontraban la paz. El hoy se les hacía llevadero porque estaba condenado a muerte: sobre su solar de dolor y mediocridad, el porvenir acabaría por construir -antes, después: algún día- una sociedad justa y verdaderamente igualitaria.
Pasaron así los años: inviernos fríos, primaveras yermas. Y con el porvenir siempre por venir.
Pero llegó un día en que, cuando salimos por la mañana a la calle y quisimos saludar al futuro, vimos con sorpresa que ya no estaba.
O sí, pero no parecía el mismo. En vez de resultar acogedor, como hasta entonces, tenía un aire huraño y amenazante. Y en lugar de sus anteriores augurios de bonanza, predecía espantosos desastres. Y mascullaba una lúgubre letanía: «La caridad bien entendida empieza por uno mismo», decía sin cesar.
Hubimos de concluir entonces que, si no hay un solo futuro, sino dos -o tal vez más-, eso quiere decir que no hay ninguno cierto.
Adquirimos así la conciencia de que el paraíso no nos espera, así en la tierra como en el cielo. Que no está escrito en ningún lado, ni siquiera en los astros -y menos aún en la lógica de la Historia-, que al término de todas las batallas a la Humanidad le espere una paz digna, y no otra batalla más, igual de cruel y todavía más cruenta.
Es así, y así ha sido sin duda siempre. Pero no por saberlo se hace menor la nostalgia de aquel futuro que alguna vez sentimos de nuestro lado y que nos mantenía en vela durante la larga noche de piedra.
Nunca llegamos a conocerlo. Pero notábamos su aliento. Era una bella mentira que nos contábamos, y que nos creíamos.
Algunos penan la ausencia de un Dios en el que no puedan creer. Otros arrastramos la nostalgia de un futuro que nunca será nuestro.
Javier Ortiz. El Mundo (27 de julio de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de julio de 2010.
Comentarios
Escrito por: fernin.2010/07/27 11:23:50.905000 GMT+2
Escrito por: Ego.2010/07/29 18:49:38.824000 GMT+2