«Más sabe el diablo por viejo que por diablo», dice el refrán castellano. (Ayer me tocó un adagio chino: se diría que voy de trópicos en tópicos). Lo que quiero decir que hay cosas que algunos tenemos asimiladas no tanto porque hayamos estudiado mucho como porque llevamos bastante en esto de vivir.
Si el Departamento de Estado norteamericano me hubiera consultado un día que estuviera comunicativo -un día cualquiera, como quien dice, porque lo mío no es precisamente el hermetismo-, le habría avisado de algo que me sé por muy dilatada experiencia: no conviene fijar a la gente inconveniente en un papel muy definido, porque lo mismo el papel le gusta y luego no hay manera de sacarla de él.
La Historia nos proporciona ejemplos muy llamativos.
Pondré uno muy viejo, para no molestar a nadie que esté en vida. Recordaré a Francisco Largo Caballero, que fue un socialista reformistón, que incluso colaboró con la dictadura de Primo de Rivera (que ya es colaborar). Las circunstancias de la Segunda República, tan especiales, lo radicalizaron un poco, dijo entonces el hombre algunas cosas algo exaltadas, a unos cuantos periodistas les dio por llamarlo «el Lenin español», el apodo le cayó en gracia, se sintió importante... y ya no hubo manera de apearlo.
Hasta se creyó en la obligación de defender la dictadura del proletariado, el pobre, que tenía de leninista lo que yo de físico cuántico.
¿A cuento de qué se puso el Gobierno de Washington a dar caña a «la vieja Europa»? ¿De dónde se sacó que podía ser buena idea poner de vuelta y media a Francia y Alemania, convirtiéndolas en adalides de la oposición europea al hegemonismo estadunidense? Lo único que ha logrado es transformar a Chirac y Schröder en paladines de una actitud con la que simpatizan millones de europeos... mucho más que ellos mismos. Ahora están encantados de la popularidad que les han granjeado los insultos de los dirigentes norteamericanos. Dudo mucho que vayan a retroceder.
Menos todavía ahora que se les han sumado Putin, el Papa y los belgas.
Si hubieran llevado la disputa de manera discreta -como si apenas pasara nada, o como si se tratara de un pequeño malentendido-, tal vez habrían logrado liquidar la crisis sin mayores dramas. Pero ahora ya hay de por medio graves cuestiones de imagen. Ahora ya tienen que afrontar el pavo subido de los de por aquí.
Se debía pensar que todos los europeos son tan dóciles y ridículos como Aznar.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (11 de febrero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 24 de febrero de 2017.
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