Lo explican así: se trata de personas que entran en España ilegalmente, a veces incluso con documentación falsa, y que alegan una persecución política inexistente. El Estado español se limita a protegerse cuando los expulsa de sus fronteras.
Pero el asunto no es tan simple. Para entender el actual fenómeno de inmigración ilegal procedente de África es necesario remontarse en el tiempo y considerar cómo fue la colonización europea de ese gran continente. Hay que recordar cómo las grandes potencias europeas irrumpieron manu militari en unas realidades sociales rudimentarias que, mal que bien, subsistían de acuerdo con su medio natural. Los colonizadores acabaron con las estructuras económicas locales. Impusieron su modo de vida y sus códigos de conducta. Corrompieron a los indígenas menos escrupulosos y les enseñaron a proteger a tiros su esfuerzo de intensivo pillaje de materias primas y otras riquezas.
Con el paso del tiempo, llegó el momento en que África dejó de ser negocio, en parte porque las materias primas fueron agotándose y en parte porque se hizo posible producirlas industrialmente en las propias metrópolis a precio más bajo. Las potencias europeas fueron abandonando África dejando tras de sí amalgamas sociales sin la menor articulación, seudoestados de fronteras trazadas con regla y tiralíneas y castas dominantes sin más preparación que la necesaria para disparar contra quien no se inclinara ante sus caprichos.
El resultado fue el único que podía darse: miseria a manos llenas y, como única alternativa, el caos. Un caos que a las grandes potencias del mundo desarrollado les interesó sólo como mercado: ya que muchos caciques del postcolonialismo se mostraban dispuestos a masacrarse entre sí, ¿por qué no venderles las armas necesarias para ello?
África es hoy, en su mayor parte, un continente imposible. Donde no impera una dictadura intolerable reina la hambruna. Donde las más terribles enfermedades no diezman a la población arrasan crueles guerras tribales. ¿Cómo reprochar a las víctimas de ese escenario de horror que quieran huir de él?
«Vienen con papeles falsos». ¿No será porque nadie se los da buenos? «No son perseguidos políticos». ¿Y a qué le llaman ustedes política? ¿No tiene hondas raíces políticas el sufrimiento del que escapan? «Violan nuestra Ley de Extranjería y la normativa europea». Sin duda. Pero ¿son realmente justas esas leyes? ¿Es decente que Europa, que cavó el pozo en el que se hunde África, se lave las manos ahora?
El único modo justo de mitigar el problema de la emigración ilegal es ayudar intensivamente al desarrollo equilibrado de África. No sería limosna, sino pura y simple reparación. Pero Europa -España incluida- se niega a ello: no suelta ni siquiera el miserable 0,7% al que se comprometió por escrito.
No son ilegales. Qué estupidez. Las personas nunca son ilegales: tan sólo los actos pueden serlo. Y, si de juzgar actos se trata, su intento de inmigrar ilegalmente tiene muchos atenuantes. Muchos más que la actuación desaprensiva de quienes los expulsan a patadas.
Javier Ortiz. El Mundo (31 de julio de 1996). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de agosto de 2012.
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