Aquí, a mi jefe, le ha dado la perra: está empeñado en que Felipe González se vaya a Bruselas. Día sí y día también, aprovechándose de que estoy de vacaciones y no puedo hacer nada para evitarlo, insiste en la idea: Felipe debería ser el sucesor de Delors; no hay nadie mejor que él para presidente de la Comisión Europea; tal cosa representaría una culminación maravillosa de su carrera de gran estadista... O sea, a enemigo que huye, puente de plata.
Estoy en contra. Por muchas y muy variadas razones.
En primer lugar, porque no creo que González reúna los requisitos necesarios. Según las normas al uso en la UE, el sucesor de Delors debería proceder de un Estado pequeño y ser conservador. Esas dos características sí las cumple: el Estado español no es, desde luego, uno de los grandes de la Europa actual, y para conservador, nuestro jefe de Gobierno: esta empeñado en conservarlo todo tal cual, por mal que esté. Inconveniente grave, a cambio, es el lingüístico. González habla dos lenguas: el castellano, mal, y el francés, de espanto. De inglés no sabe ni yes. Eso quiere decir que sus palabras deberían ser traducidas. ¿Se imaginan lo que podrían ser con él las reuniones de la Comisión Europea? Se harían eternas, nadie se aclararía de nada y la tasa de suicidios en el sufrido gremio de los traductores simultáneos se elevaría a cotas terribles. Con él, la construcción europea, delicada como está ya, entraría en fase de destrucción y derribo.
Con todo, el argumento más repudiable de los utilizados para preconizar la candidatura europea de González es ése que se refiere a permitirle «culminar su carrera de estadista». ¿Qué se pretende con ello? ¿Que pueda expander por doquier sus dislates económicos? ¿Que se desmantele la industria de los Doce, se hunda por entero su agricultura y se desboque el paro en toda la UE? ¿Que los GAL se instalen a escala continental? ¿Que Filesa se vuelva una multinacional de la extorsión? ¿Que todas las Policías se conviertan en un caos, con sus responsables repartiéndose los fondos reservados, y que todos los gobernadores de los Bancos centrales acaben en masa ante los tribunales?
No. González tiene que quedarse aquí. Y no solo por el argumento de que no debemos desear para los demás lo que no queremos para nosotros. También, y sobre todo, porque sería injusto que, después de la que ha montado aquí, pudiera darse gratis el piro y dedicarse a presumir por esos mundos del Señor. Tiene que pagar. Por lo menos moralmente, viendo cómo el electorado le vuelve la espalda y lo humilla. Y si es posible hacer que pague también materialmente, mejor que mejor.
En este país no nos queda plata para tender puentes a los enemigos que quieren huir. Nos haría falta recuperar la que nos han robado.
Javier Ortiz. El Mundo (6 de julio de 1994). Subido a "Desde Jamaica" el 12 de julio de 2011.
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