Decía Carlos Marx -a veces le perdía su debilidad por las frases rotundas- que «la Humanidad no se plantea más problemas que los que puede resolver». No es verdad. Y no lo es por dos razones: primera, porque la Humanidad, como colectivo, no puede proponerse nada -somos demasiados como para ponernos de acuerdo-; y segunda, porque es un rasgo típicamente humano -y nada animal- pretender lo imposible.
Hubo una época en que a media dirección del PSOE le entró la manía de afirmar sin parar, en plan muy sentencioso, que «pretender lo imposible conduce a la melancolía». Es otra bobada. Lo que a algunos nos produce melancolía -a veces en su significado más literal: bilis negra- es la contemplación de lo mal que está el mundo, en general, y la realidad que tenemos delante mismo de nosotros, en particular. Tratar de transformar esa realidad -incluso cuando se tiene plena conciencia de la inutilidad del empeño- no entristece nada. Al contrario, ayuda a sentirse mejor.
Pero el capítulo de lo imposible es muy amplio. No se limita en absoluto a las grandes aspiraciones tenidas comúnmente por utópicas: la igualdad humana, la solidaridad, etc. Hay imposibles mucho más próximos, que la mayoría no toma por tales. Por ejemplo: es una pura quimera desear que quienes gobiernan lo hagan en pro de la mayoría. Sin ir más lejos.
La generalidad tiende a dar por hecho que todo lo que es necesario es posible. Pero no. Del mismo modo que algunos problemas matemáticos carecen de solución, también hay dificultades políticas y sociales que resultan insolubles. O, si se quiere: que no pueden ser resueltas a menos que se alteren de modo sustancial los términos en que se plantean.
Mucho me temo que el conflicto que vive Euskadi sea ya, para estas alturas, uno de esos problemas que no tienen solución. Siempre había pensado -y continúo pensando- que la vía exclusivamente policial conduce a un callejón sin salida. Ahora he llegado a la conclusión de que tampoco cabe esperar nada de la negociación. No veo quién podría negociar. Y las posiciones respectivas se hallan tan distantes que no se me ocurre nada que pudiera ser aceptable para los dos bandos. Incluso aunque estuvieran dispuestos a sacrificar mucho, que no lo están.
¿Entonces? Entonces preveo un largo futuro de más de lo mismo. De más bombas. De más tiros. De más muertos. De más secuestros. De más enfrentamientos en la calle. De más presos. De más odio.
La paz en Euskadi es imposible -digo-, a menos que cambien sustancialmente los términos en que se plantea el conflicto. No llevan camino de ello, sin embargo.
Pero que la paz sea imposible -vuelvo al inicio- no evitará que haya quien luche por alcanzarla. Porque es muy humano pretender lo imposible. Y porque tratar de transformar la realidad -incluso cuando se tiene plena conciencia de la inutilidad del empeño- ayuda a sentirse mejor.
Javier Ortiz. El Mundo (19 de febrero de 1997). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de febrero de 2011.
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Escrito por: xosé.2011/02/20 12:06:57.505000 GMT+1