Vi el pasado miércoles un interesante documental sobre el notable científico y excelente divulgador que fue Carl Sagan. Apasionado durante toda su vida por el estudio de la existencia hipotética de formas de vida en otros lugares del cosmos, el popularísimo profesor neoyorquino de Astronomía y Ciencias Espaciales dedicó los últimos años de su vida a defender las formas de vida más valiosas que llegó a conocer: las que existen en nuestro planeta.
Escuché a Sagan, ya en la vecindad de la muerte, en uno de sus últimos discursos, alertando con angustia a la opinión pública norteamericana contra los gravísimos peligros que afronta la vida en la Tierra, peligros que él atribuyó a la «estupidez» y la «irracionalidad» de los hombres.
Sagan era experto en diversas ciencias positivas. Lo suyo no fue el estudio de las relaciones sociales. Él hablaba de una racionalidad acorde con el interés de nuestra especie, considerada en su conjunto. Pero apenas hay acción humana que atienda a ese interés global. Las diversas racionalidades que se entrecruzan en la práctica apuntan de modo casi invariable a la atención de intereses individuales o de grupo.
Los paladines del libre mercado, cuando argumentan su rechazo de la intervención del Estado en la economía, apelan invariablemente a la mayor eficacia que demuestra la empresa privada en la utilización de los recursos, tanto materiales como humanos. «Quien depende de la caza para comer y paga la munición de su propio bolsillo afina más la puntería que quien dispara con pólvora del rey y tiene el rancho fijo», alegan. Pero olvidan reconocer que, si la empresa privada consigue obtener el máximo beneficio económico al menor coste, es gracias a que subordina a ese objetivo cualquier otro tipo de intereses.
Esa lógica, que es la del capitalismo, ha ganado más y más terreno en nuestra vida social. Incluso los propios estados, teóricamente encargados de embridarla, se han plegado a ella y le rinden culto.
En Johannesburgo va a reunirse una nueva Cumbre de la Tierra. Durante unos días, cientos de expertos y de científicos retomarán el discurso de Sagan y demostrarán que el actual modelo de desarrollo económico conduce al angustioso empobrecimiento del Tercer Mundo y a la destrucción paulatina del equilibrio medioambiental del que depende la pervivencia de la raza humana. Clausurada la Cumbre, todo seguirá prácticamente igual. Como pasó tras la Cumbre de Río. Porque las cosas sólo podrían cambiar si los poderosos contribuyeran a ello. Y no lo harán. No porque sean estúpidos e irracionales, sino porque necesitan seguir dando prioridad a sus intereses privados. Porque ésa es su lógica, a eso apunta su racionalidad específica y eso es lo que les reclama su instinto.
Es absurdo pedir sentido colectivo al capitalismo. No está en su naturaleza.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (23 de agosto de 2002) y El Mundo (24 de agosto de 2002). Hay algunos cambios, pero no son relevantes y hemos publicado aquí la versión del periódico. Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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