Casi unánime satisfacción con el mensaje navideño del Rey. Ha gustado al PP, ha hecho las delicias del PSOE, ha encantado a CiU y a su líder carismático, Artur Mas, y ha dejado en estado de virtual éxtasis ideológico al coordinador general de IU, Gaspar Llamazares, para quien el monarca estuvo «laico» e incluso «republicano». Sólo Iñaki Anasagasti ha roto el salmo del coro para decir que el mensaje no le gustó nada, y ha reprochado a Juan Carlos de Borbón haberse atenido al guión marcado por el Gobierno.
Quien más quien menos, casi todos los portavoces políticos han resaltado el «hondo contenido social» de las palabras regias. Como en mi familia acostumbramos a tener la tele apagada cuando el jefe del Estado emite su anual alocución, me he visto obligado a buscar la trascripción escrita del discurso para acceder a esos pasajes tan celebrados. Y lo que me he encontrado es una colección de buenos deseos abstractos, del tipo: «Pongamos remedio al drama de la inmigración ilegal». Estupendo. También habló, según veo, de la necesidad de reforzar la protección social y la educación, y expresó su deseo de que la gente tenga casa, y se declaró en contra de que maltraten a los niños y a las mujeres. Muy píos deseos, qué duda cabe. Pero no apuntó en ningún momento a las causas de los problemas, y menos todavía a sus culpables. ¿Fue ése el «hondo contenido» que celebran? ¿Y qué tendría que haber dicho para que lo consideraran superficial?
Por lo demás, no sé qué les maravilla tanto. ¿Dudaban de que opinara eso?
Las palabras del rey siguieron fielmente las líneas maestras de la política gubernamental. Sostuvo -oblicuamente, por supuesto- la participación española en la guerra de Irak, el papelón de Aznar en la Unión Europea, la cruzada internacional de Bush, la deificación pepera del texto constitucional en su versión original (con subtítulos de Jiménez de Parga)... No se apartó ni por un momento de la pauta. Juro que he buscado con denodado interés los pasajes laicos del texto, y con lupa de filatélico las aportaciones republicanas que tanto le gustaron a Llamazares. Admito mi fracaso. Sólo veo una versión light del programa del Ejecutivo.
«¿Y qué esperabas que hiciera?», me reprochará más de uno.
¿Yo? Nada. Sé que los discursos que pronuncia el rey no son cosa suya. Que se los escriben. Y que se pactan. El borrador sale casi siempre de La Moncloa y los retoca -o ni eso- el personal de la Casa Real. Se da por hecho que al rey le cumple refrendar -discretamente, pero sin ambigüedades- la orientación del Gobierno de turno. En consecuencia, es absurdo criticarle por no ejercer de oposición. Pero, por las mismas, tampoco tiene ningún sentido aplaudir sus palabras.
Como precisa el artículo 56 de la Constitución, es irresponsable. Yo creo que con eso está todo dicho.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (26 de diciembre de 2003) y El Mundo (27 de diciembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 5 de mayo de 2017.
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