Los jefes de HB hablan sin parar de la «construcción nacional de Euskal Herria». Deduzco de ello que creen que la nación vasca no está contruida, o por lo menos no del todo aún. ¿Cómo pueden entonces reclamar que sea sujeto de soberanía? ¿Cómo saben lo que querrá cuando esté construida? ¿No deberían esperar a que esté construida por completo antes de exigir su autodeterminación?
Dijo el pasado lunes José María Aznar que la nación española es «un proyecto sugestivo». Curioso: el jefe del Gobierno, cuando se lanza a teorizar sobre España, deriva por los mismos senderos místicos que la dirección de HB cuando habla de Euskadi. Afirmar que España es un proyecto -todo lo atractivo que se quiera- supone negar que sea una realidad hecha y derecha.
Los nacionalistas de todo signo se caracterizan por atribuir a su nación un determinado destino. Son rematadamente teleológicos. Desdeñan la constatación de que las naciones, como casi todos los precipitados históricos, jamás se configuran a voluntad: resultan. En su conformación -que nunca es definitiva- intervienen tantos factores, exógenos y endógenos, que es imposible que se acomoden a ningún plan previo.
Las naciones, al igual que los individuos, no vienen al mundo con ningún destino específico. Las personas podemos asignarnos objetivos vitales -eso sí- y hasta, con suerte, cumplirlos, en todo o en parte. Pero atribuir a una nación una misión colectiva -quiero decir propia, distinta de las comunes al género humano en su conjunto- no sólo es ilusorio, sino también peligroso.
No me tengo por cosmopolita. Es más: creo que el cosmopolitismo que algunos exhiben es afectado. Todos somos de pueblo: del pueblo que sea, mayor o menor. Pero, a la vez, tampoco le he dado jamás ningún valor a ser de este pueblo o de aquél.
«Ser español, un orgullo», se leía en una pegata que era antes común en los coches de Madrid. «Euskadi bakarra da gure aberria» («Sólo Euskadi es nuestra patria»), cantábamos altivamente los críos vascos de los 60. Para estas alturas, los orgullos nacionales, cuando no me dan la risa, me causan pavor. Sentirse orgulloso de ser de aquí o de allá lleva implícito considerar que hay naciones y pueblos que son mejores, más estupendos, más dignos de estima. Preferibles, en suma.
Se es de un pueblo o de otro como se nace hombre o mujer, moreno o rubio. Tanto debería dar.
Desconfío de las construcciones y de los proyectos nacionales. Me huelen a unidades de destino. Me dan miedo.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de enero de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2011.
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