George W. Bush dice que está dispuesto a dar todas las explicaciones que haga falta a su amigo Aznar (él dice «my friend Asna») para que entienda por qué ha instituido tribunales militares secretos que juzguen los delitos relacionados con el terrorismo.
George Dabolyú Bush tiene una empanada de mucho cuidado. Todavía no se ha enterado de que da igual que Asna le comprenda o no, porque sus dificultades no tienen nada que ver con Asna y «la horda franquista que dirige España» -según expresión involuntariamente cómica de Libération, el diario marroquí que controla Abderramán Yusuf- sino con los tribunales de por aquí, que tienen que rechazar las demandas de extradición norteamericanas porque están obligados a atenerse a la Constitución Española, que prohíbe taxativamente (art. 117.6) los tribunales de excepción y que, en consecuencia, no pueden colaborar con ellos.
Asna podría entenderle. A Asna -tal vez para compensar lo poco excepcional que es él mismo- le gustan mucho las medidas de excepción. Pero el pobre está atado de pies y manos en este asunto: depende del Poder Judicial.
Por lo demás, las explicaciones justificativas que Dabolyú dice que quiere dar a Asna, de las que ayer avanzó una muestra, tienen todo el aspecto de ser cualquier cosa menos justificativas.
Según él, sus tribunales militares secretos se justifican porque los EEUU están en guerra.
Como si quisieran estar en paz, incluso consigo mismos. Ese género de tribunales son aberrantes en todo momento y circunstancia. Los acusados -todos los acusados- tienen derecho a que se informe públicamente de qué y con qué pruebas se les acusa. Todo el mundo tiene derecho a un juicio justo y con garantías, se esté en tiempo de paz o en tiempo de guerra, y un tribunal secreto es lo menos garantista que imaginarse quepa. No es que un tribunal militar secreto pueda violar los Derechos Humanos; es que su mera existencia representa ya una flagrante violación de los Derechos Humanos.
Lo peor no es que George Dabolyú Bush haya dado rienda suelta a esa pintoresca iniciativa. De hecho, no creo que sus tribunales secretos vayan a juzgar a mucha gente (para qué: se la cargarán sin juicio y a correr). Lo peor es que se atreve a defender urbi et orbi su disparate y que la democratísima comunidad internacional no se echa las manos a la cabeza, horrorizada.
Lo peor no es que él no tenga remedio, sino que los demás, según todas las trazas, tampoco.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (27 de noviembre de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 30 de junio de 2017.
Comentar