Tienen razón los críticos del pasotismo del Gobierno del PP, que no sólo no ha evitado, sino que ha acabado por facilitar la fusión entre Canal Satélite y Vía Digital. Es verdad que el tinglado nacido de la integración de las dos plataformas, al contar con la exclusiva de los derechos de difusión del cine y el fútbol –exceptuada la parcela, cada vez menor, que se reserva la televisión pública–, logrará una posición de monopolio de hecho. Obviamente, nadie va a asumir la fortísima inversión que se requiere para crear una plataforma digital, si luego va a encontrarse con que no puede vender ni fútbol ni cine. También es cierto que, al ser el único en poseer esas mercancías, no habrá nada que le fuerce ni a mejorar la calidad de su producción ni a ajustar los precios de su oferta.
Todo eso es verdad.
Se trata, sin embargo, de argumentos que están condenados al fracaso. No conmueven ni mucho ni poco a la opinión pública. ¿Por qué? Pues porque nadie puede defender seriamente que la existencia de dos plataformas haya aportado hasta ahora ningún beneficio a los usuarios. Salvando una primera etapa en la que Vía Digital presionó para forzar una bajada de los precios del fútbol, pronto ambas se pusieron de acuerdo para cobrar exactamente lo mismo. Y, como cuentan prácticamente con los mismos suministradores cinematográficos, también su oferta de filmes es casi idéntica. Los precios de abono se parecen cual gotas de agua. Puedo hablar con conocimiento de causa porque, por razones personales y profesionales, estoy abonado a las dos plataformas desde sus comienzos. Las diferencias son mínimas. Creo que podría hacer la lista completa: Canal Satélite tiene un mejor sistema de subtitulado, el mecanismo de compra de partidos y películas de Vía Digital es infinitamente más eficaz, los paquetes de suscripción de Canal Satélite son algo más atractivos –o algo menos decepcionantes, si se prefiere–, Vía Digital tiene algunos canales de documentales –particularmente uno sobre cuestiones históricas– francamente buenos... En fin, asuntos que bien cabe considerar de matiz, tratándose de un asunto de tanta relevancia.
La cuestión de fondo es el camelismo que reina en España a la hora de la materialización de los discursos supuestamente liberales. Todo consiste, al final, en que en vez de haber una empresa más o menos pública que hace lo que le da la gana, hay dos o tres empresas privadas que hacen también lo que les da la gana porque se ponen de acuerdo para ello. Con la desventaja adicional de que, como sus directivos no tienen que dar cuenta ante el público, sino sólo ante sus Consejos de Administración, el descaro con el que son capaces de actuar clama al cielo.
Primero degradan el servicio público al máximo, de modo que la privatización pueda despertar expectativas en los usuarios, y luego permiten que todo siga igual de degradado, pero en beneficio de unos cuantos particulares.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (30 de enero de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 1 de febrero de 2010.
Comentar