Jospin ha rechazado el modelo alemán para el desarrollo de la construcción europea: no cree ni en una UE de länder -hecha a imagen y semejanza del federalismo alemán- ni en los Estados Unidos de Europa, como copia de los de América. Yo tampoco.
Los periódicos dicen que el primer ministro francés propugna «una Federación de Estados-Nación». Se presenta el asunto como si fuera cuestión de gustos: «Ya se sabe cómo son los franceses», etcétera. Jospin se ha limitado a tener en cuenta la realidad, tal cual es: bajo la pátina del europeísmo à la mode, los viejos nacionalismos siguen su curso. En cuanto se rasca un poco en la superficie de los discursos, asoma la defensa a ultranza de los intereses nacionales. Y a veces sin rascar.
Las competiciones deportivas son hoy en día una nítida expresión de los sentimientos de pertenencia, de identificación colectiva. Pues bien: estoy por ver que la población europea se vuelque alguna vez unificadamente a favor de un equipo o de un deportista del viejo continente por el hecho de serlo. Ejemplo: si se juega una final de tenis entre un tenista norteamericano y otro italiano, los espectadores alemanes, ingleses, franceses o españoles no se sienten concernidos en lo más mínimo. Lo ven como italiano, no como europeo. Sencillamente: el europeísmo es, hoy por hoy, mera retórica. No ha calado. La UE es un conglomerado de intereses, fundamentalmente económicos; no -por expresarlo al modo orteguiano- «un proyecto de vida en común».
La propuesta alemana, bajo una apariencia de unificación a marchas forzadas, apenas logra esconder su realidad. Es un intento del Gobierno de Berlín de imponer su hegemonía al conjunto del continente. La respuesta francesa, basada en la admisión de las realidades nacionales que subyacen bajo la superestructura comunitaria, no sólo es más realista, sino también más equilibrada. Cabe reprocharle, eso sí, que no admita la realidad suficientemente: que no reconozca que también los presuntos Estados-Nación tienen a veces no poco de superestructuras forzadas. Pero su planteamiento es notablemente preferible al alemán.
Jospin propone un modelo no sólo más realista y menos hegemonista, sino también más democrático (en la medida en que quiere someter a los mandos políticos comunitarios a un control parlamentario algo más efectivo que el actual) y también más social (puesto que propugna que la UE como tal esté obligada a negociar su normativa laboral a escala continental).
Por fijar posiciones claras: el modelo alemán me da miedo; el francés, simplemente, no me satisface.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (29 de mayo de 2001). Subido a "Desde Jamaica" el 7 de mayo de 2017.
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