Señor presidente:
Ayer le vi a hablando por la televisión y, de repente, me di cuenta de que estaba tratando Vd. de darme lecciones de democracia..
Por lo que creí entenderle, o apoyo la Constitución o no soy demócrata.
Yo sé que Vd., señor Aznar, es un demócrata joven. No digo que sea joven como persona, sino como demócrata. Por edad, Vd. hubiera podido luchar por las libertades durante la dictadura, pero no lo hizo.
Bueno, eso no es ningún crimen. Pero cuando se carece de estudios elementales es abusivo ponerse a sentar cátedra.
Nunca he creído que el hecho de haber padecido detenciones, torturas y cárceles por defender la libertad me autorice a dar lecciones de democracia a nadie. Pero tal vez sí me permita rechazar que traten de impartírmelas quienes, como Vd., no movieron un dedo a favor de esa causa. O lo movieron en sentido contrario.
Su problema -uno de sus problemas- es que, como no estuvo en la lucha por la libertad, no sabe qué fue eso. Y ahora no entiende nada.
Vd. no sabe, por ejemplo, que uno de los objetivos por los que más combatimos los demócratas de entonces fue por conseguir que el Ejército español -un Ejército conocido por no haber ganado más guerras que las libradas contra su propio pueblo- dejará de tener vara alta en los problemas políticos y sociales internos. Así que, cuando se preparó el proyecto de Constitución y se introdujo en su artículo 8º la afirmación de que una de las misiones del Ejército es «defender la integridad territorial» de España, esto es, y dicho en román paladino, aplastar por las armas cualquier proyecto independentista, así fuera respaldado por cuantas mayorías se requiriera, entonces algunos dijimos que no podíamos apoyar esa Constitución. Por demócratas, precisamente.
Tampoco sabe Vd. que otro de los objetivos que nos movilizó en aquellos tiempos fue el de la libre elección de todos los cargos públicos. De todos. De modo que, cuando vimos que el proyecto de Constitución regalaba la Jefatura del Estado a un señor atribuyéndole estrambóticos derechos de cuna, nos negamos a aceptar esa Constitución. Por demócratas. Como por demócratas rechazamos que se declarara a la persona de ese caballero «inviolable y no sujeta a responsabilidad» (artículo 56.3), en explícita negación del principio de la igualdad de todos ante la Ley.
Todo ello nos resultó doblemente intolerable porque recordábamos aún muy bien cómo el señor ése de los derechos de cuna había estado muy pocos años antes en el balcón de la Plaza de Oriente, junto al dictador, celebrando ejecuciones inicuas.
Probablemente ignore Vd. asimismo que los demócratas de entonces combatimos por la plena igualdad de los sexos. Nos pareció un bochorno que la Constitución proyectada afirmara que asumía esa igualdad, pero que, a continuación, a la hora de fijar la línea de sucesión de la Corona, estableciera la prevalencia del varón sobre la mujer (artículo 57). Así que lo rechazamos. Por demócratas.
Tuvimos muchas más razones para rechazar la Constitución. De muy diverso tipo. Por ejemplo, porque montó un modelo de organización territorial, híbrido de centralista y autonomista, que es un engendro. O porque estableció una legislación electoral que se ríe del principio "una persona, un voto", corrigiendo la proporcionalidad para primar descaradamente a los grandes partidos.
Pero no quisiera aburrirle. Confío en que, con los ejemplos puestos, le baste para comprender por qué algunos jamás defenderemos la vigente Constitución. Y por qué, por mucho que repudiemos los atentados de ETA, jamás nos pondremos detrás de una pancarta que diga «¡Viva la Constitución!».
No lo haremos nunca. Por puridad democrática, precisamente.
Ya oigo su objeción: «¡Pero la Constitución fue votada por la mayoría!». Sí. No por la mayoría de los vascos, pero sí por la mayoría de los españoles, en su conjunto. Lo cual me obliga a respetarla. Pero no a defenderla.
Es como si Vd., basándose en el hecho de que es presidente gracias al voto de la mayoría (de la mayoría relativa de los votantes, por ser más preciso), dijera que o salgo a la calle a manifestarme al grito de «¡Viva Aznar!» o no soy demócrata.
Mirusté, señor Aznar: váyase con su manualico del perfecto demócrata a dar clases adonde no sepan nada de eso. Al palacio de su amigo Mohamed VI, por ejemplo. Conmigo no insista, que va a conseguir que me enfade, y no me gusta.
Atentamente,
Javier Ortiz
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (21 de septiembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de marzo de 2017.
Comentar