Cuando yo era chaval, mi padre solía enviarme a Hendaya para hacer compras. No tenía que adquirir gran cosa: el semanario Télé-7 Jours, que traía la programación de la televisión francesa -la única que vimos durante años en San Sebastián, por culpa combinada de la orografía y el desarrollo del capitalismo-, algunos quesos, tal o cual mostaza... A veces me fastidiaba perder la tarde del sábado en aquel pesado viaje de 20 kilómetros, pero otras lo disfrutaba. Me gustaba ver los escaparates de las tiendas, el ambiente de la playa -menos pudibundo que el imperante por entonces en este lado del Bidasoa-... y, claro, los estantes de las librerías, llenos de libros prohibidos en España y puestos allí para atracción del público español.
Hendaya no era un pueblo que se caracterizara por su nacionalismo vasco -estoy hablando del primer tramo de la década de los 60- pero exhibía ikurriñas por todas partes: en las banderitas que adornaban las calles en fiestas, en los gallardetes de los pequeños pesqueros, en los souvenirs, en los letreros de las tiendas...Incluso contaba con una buena proporción de casas pintadas en rojo, verde y blanco. Cuando, pasado algún tiempo, me adentré de excursión por las ciudades y pueblos cercanos, comprobé que ésa no era ninguna particularidad de Hendaya: la ikurriña era un elemento ornamental de uso general y sistemático en todo el País Vasco francés.
Aunque Sabino Arana se inventara la bandera bicrucífera para que sirviera de emblema de Vizcaya, el hecho es que la enseña hizo pronto fortuna y, en el lapso de pocas décadas, pasó a ser tenida en muchos lugares -prácticamente en todos a los que no llegó la prohibición del franquismo- como símbolo de «lo vasco» o, si se prefiere, del ámbito cultural vasco. Por eso en el País Vasco francés la exhibieron y la siguen exhibiendo por todas partes, sin que nadie interprete tal cosa como un gesto de sumisión al Gobierno de Vitoria.
Pero Miguel Sanz es diferente. Sanz, que lleva años haciendo como si no supiera que la lengua y la cultura vascas son parte de la identidad de la comunidad autónoma que preside, porque así lo establece la Ley Foral suprema que él juró defender, ha decidido ahora que la ikurriña sólo puede ser entendida como símbolo político de la Comunidad Autónoma Vasca, y no como emblema de una realidad cultural que trasciende las divisiones y las representaciones políticas. A partir de lo cual, quiere perseguir y castigar el uso institucional de esa bandera en los municipios navarros.
Quizá se pregunten ustedes por qué se mete Sanz en batallas como ésta, que ni sus propios socios parlamentarios respaldan. No lo sé, pero supongo que estará intentando hacer méritos. Digo yo que querrá caer simpático a quienes, por razones de estirpe, siempre han visto con malos ojos la ikurriña.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (9 de agosto de 2002) y El Mundo (10 de agosto de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 14 de enero de 2018.
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