Leo y escucho los análisis del día sobre la transición del franquismo al sistema parlamentario. Siguen con el cuento de hadas.
A algunos de los fabulistas los conozco personalmente. Sé que son conscientes de que están mintiendo.
De las muchas mentiras que se están repitiendo hasta el aburrimiento -ya escribió Ignacio Ramonet que «en nuestras sociedades mediáticas, repetición equivale a demostración»-, la más ridícula es la que presenta la instauración del parlamentarismo en España como una empresa autóctona, es decir, como fruto exclusivo y original del esfuerzo conjunto de los reformistas del Régimen franquista y de la oposición ilegal.
Como miembro que fui de la Comisión Ejecutiva de Coordinación Democrática -el organismo unitario de la oposición, conocido popularmente entonces como la Platajunta-, tuve la posibilidad de conocer buena parte de las entretelas de los inicios de la transición.
Pude comprobar hasta qué extremos las dos partes en litigio rivalizaron entre sí para merecerse el favor de las grandes potencias occidentales.
Para aquellas alturas, los franquistas menos cazurros -mayoritarios en todos los círculos decisivos- eran plenamente conscientes de que, sin el apoyo de los EE.UU. y de los gobiernos del entonces Mercado Común, su continuidad en el poder era no ya difícil, sino directamente imposible. Desde finales de los 50, la economía española se había imbricado hasta tal punto en el conjunto europeo que la mera hipótesis de un regreso a la autarquía producía escalofríos a los responsables del desarrollismo franquista.
Incluso dentro del alto mando de las Fuerzas Armadas, por mucho que la mayoría de sus integrantes fueran ideológicamente proclives al fascismo, estaba extendida la idea de que España no podía dar la espalda a la OTAN y a sus designios. Hasta entonces Washington no había puesto objeción a la continuidad del franquismo, pero el sentido de sus nuevas recomendaciones estaba ya claro. Había que aceptar los vientos de cambio, por mucho que le desagradaran.
En la oposición, los dos partidos más en boga eran el PSOE y el PCE. Toda la fuerza del PSOE renovado de Felipe González, que apenas contaba con base militante, le venía de la confianza que le prestaba -y del dinero que le daba- la socialdemocracia internacional, que actuaba en estrecho contacto con los EE.UU. El PCE de Santiago Carrillo, por su parte, dedicaba lo esencial de sus esfuerzos internacionales a tranquilizar a las potencias occidentales acerca de la benignidad de sus intenciones nulamente revolucionarias. Hoy sabemos que, antes de la muerte de Franco, Carrillo ya había enviado emisarios a todas las cancillerías que tuvieron a bien recibirlos -y al propio Príncipe- para hacerles saber su intención de reconocer la Monarquía a cambio de la legalización de su partido.
Quiere todo esto decir que los protagonistas esenciales de la transición española, tanto de un lado como del otro, actuaron sistemáticamente con la mirada puesta en el exterior, tratando de agradar al exterior y amoldándose a las recomendaciones del exterior. De esta guisa, si se desconsidera el papel jugado en los acontecimientos de entonces por las potencias occidentales, es imposible entender nada de lo que realmente sucedió.
La voluntad democratizadora del Príncipe, el esfuerzo de aclimatación de los franquistas renovadores, la neutralidad relativa de las FFAA, la renuncia a la ruptura y la consiguiente aceptación de la reforma por las principales fuerzas de la oposición... todos y cada uno de esos factores fueron resultado -no sólo, pero sí de manera decisiva- de la presión que ejercieron las potencias occidentales para que el inevitable cambio político español se hiciera sin poner en peligro sus intereses políticos, económicos y militares, y de la sumisa aceptación de los dirigentes de las fuerzas políticas y sociales españolas de ese "diktat" exterior.
Lo cual no es una valoración, sino una descripción de los hechos.
Ocultan deliberadamente que fueron así. Mienten.
Javier Ortiz. Diario de un resentido social (20 de noviembre de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 6 de mayo de 2017.
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