Así que fue Santiago Cuadro, responsable de la Comisaría General de Seguridad Ciudadana, el que contó a sus superiores -a Ángel Acebes, en último término- que la dinamita usada en el atentado del 11-M era Titadine.
Ya sabemos, en consecuencia, quién puso en circulación el dato falso. ¿Y?
Jamás se me pasó por la cabeza que lo de la Titadine fuera un invento personal del entonces ministro del Interior, ni se me ocurrió reprocharle semejante cosa. De lo que sí le consideré y sigo considerando responsable es de haberse aferrado a esa historia más allá de todos los límites de la razón y la prudencia, incluso cuando no se tenía en pie. De insistir en atribuir la masacre a ETA cuando todo apuntaba ya hacia el terrorismo islámico.
Santiago Cuadro habló de Titadine en la misma mañana del 11. Fue una frivolidad por su parte. Pero a las 5 de la tarde ya se había desdicho, y a las 6 el ministro estaba al tanto de su rectificación. De hecho, a Acebes le daba igual, porque cuando admitió que la dinamita era Goma 2 ECO, declaró que también ése es un explosivo típico de ETA. Incluso cuando estaba ya bastante avanzada la investigación del mecanismo de la bomba sin estallar que se encontró dentro de una mochila en Vallecas -incluida la célebre tarjeta del móvil, que condujo a las primeras detenciones-, insistió en que el hallazgo corroboraba que la autoría de la masacre correspondía a ETA.
El sábado 13, este periódico publicó una entrevista con Mariano Rajoy en la que el líder del PP decía: «Hay algunos datos que, en mi fuero interno (sic), me hacen pensar que se trata de ETA. (...) Tengo la convicción moral (sic) de que es así». Cuando las voces interiores y los pálpitos sustituyen a la consideración objetiva de los hechos, cualquier cosa es posible.
No me cuesta creer que tanto Rajoy, que se situó en un prudente segundo plano, como Aznar, Acebes y Zaplana, que se lanzaron a por todas, dijeran lo que dijeron sin tener conciencia clara de estar mintiendo. Necesitaban creer que el atentado había sido obra de ETA y no de un grupo terrorista árabe. Ambas cosas.
La necesidad de creer es la condición primera de la fe. Tenía que ser así; luego era así.
El subjetivismo hace ese tipo de estragos. Acepto la posibilidad de que Aznar se creyera en su día el cuento de las armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Hasta cabe que siga creyéndoselo. Es del mismo género que Jaime Ignacio del Burgo, representante del PP en la Comisión de investigación, que está convencido de que el terrorismo islámico y ETA trabajan de consuno y desespera porque ningún responsable policial se lo corrobora. «Algún día se sabrá la verdad», ha sentenciado. (Él ya la sabe. Se la ha revelado su fuero interno.)
Sinceramente: preferiría que mintieran a sabiendas. Demostrarían más conciencia de la realidad.
Javier Ortiz. El Mundo (10 de julio de 2004). Subido a "Desde Jamaica" el 22 de abril de 2018.
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