Si no supiera que Su Bajestad Don Borbón no ha escrito en su vida nada que no sea la lista de los recados -o sea, que es políticamente ágrafo--, lo maldeciría por lo que mal-dijo ayer en el discurso que balbució a propósito de la Constitución.
¿Quién fue el fabricante de frases campanudas que le puso en el papel que «nadie tiene derecho a apropiarse de la Constitución ni a rechazarla como ajena»?
Valiente memez. Todo el mundo tiene derecho a rechazar la Constitución como ajena.
Incluyéndome a mí.
No sólo tengo derecho a rechazar la Constitución como ajena, sino como me dé la gana. Desde luego que como ajena, puesto que ni participé en su confección ni la aprobé, porque no me dio la gana respaldar que España siguiera con la Monarquía instaurada por Franco, que el orden económico capitalista sea inmutable y que el Ejército tenga el peligroso encargo de mantener la unidad sacra de la Patria. Pero si hubiera querido rechazarla por cualquier otro motivo, incluso porque sí, también habría estado en mi derecho. (Un derecho reconocido en la propia Constitución, dicho sea de paso... y como no podía ser menos, porque si no quieres reconocer derechos tan elementales como ése, no haces ninguna Constitución y santas pascuas.)
Nadie puede obligar a nadie a identificarse con una ley, por importante que sea. Ninguna ley puede obligar a los ciudadanos a que la aplaudan.
Las leyes se acatan. Hasta que se reforman o se derogan.
Las pleitesías son de otro orden. No del legal. Y menos del democrático.
Javier Ortiz. Apuntes del natural (7 de diciembre de 2003). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de diciembre de 2017.
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