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2000/05/24 07:00:00 GMT+2

Mi patria está en ninguna parte

Siempre me he tomado a chirigota las proclamas de cosmopolitismo. La experiencia me ha demostrado que no hay ciudadanía del mundo que no sirva de coartada a algún nacionalismo vergonzante.

España está llena de gente que se declara «ciudadana del mundo» y que hace mofa de los pequeños nacionalismos -«impropios de estos tiempos de superación de las fronteras», etc.-, pero que arde de orgullo porque la final de la Liga de Campeones va a ser jugada hoy por «dos equipos españoles». Si fuera realmente cosmopolita, tanto le daría constatar que la van a disputar dos equipos que suelen vestir camiseta blanca.

Sé que es imposible no incurrir en alguna de las mil formas de las que se reviste el nacionalismo (que no es, a fin de cuentas, sino una derivada de la pulsión defensiva de identificación con la manada, que está inscrita en nuestro código genético animal). Por eso, y como me fastidia que a mí también me asalte esa querencia irracional de tanto en cuando, lo que hago es diversificar al máximo mis fiebres nacionales, con la esperanza de que se neutralicen entre ellas.

Así, a veces hago de nacionalista vasco. Otras, según y para qué -para la lengua, por ejemplo-, ejerzo de nacionalista catalán. En materia de música, suelo ser una mezcla de nacionalista irlandés y de separatista tejano, y a mucha honra. El fervor chovinista francés me asalta cada vez que escucho a algún español soltar esa solemne tontería de que «los franceses no nos quieren». Alguna madrugada, sumido en un ataque melancólico fadista, he sentido ganas inmensas de nacionalizarme portugués. En la noche de hoy seré nacionalista valenciano, y a tope (no en vano paso buena parte del año entre la orilla del Mediterráneo y la cima del Cabeçó d Or).

Gallego de segunda, con una cuarta de madrileño y una octava de granadino, en parte riojano, algo catalán, donostiarra al mil por cien, busco refugio sentimental en la mezcla: todo lo reivindico, y así apenas reivindico nada, y por todo se me calienta la sangre, y por casi nada me hierve. A fuerza de izar tantas banderas, han acabado por gustarme casi todas, y ninguna me importa demasiado.

Pero últimamente el truco me está fallando. Allí a donde voy, veo gente que sigue animándome al eclecticismo plurinacionalista, pero mucha, muchísima más que me empuja hacia el extrañamiento cosmopolita. La rica variedad, que tanto me atraía, está dando paso a una aburrida uniformidad. Es cada vez más lo mismo en todas partes: la misma mediocridad, la misma ropa, la misma cháchara, tiendas clónicas, la misma comida, los mismos teléfonos móviles, idénticas costumbres, el mismo hastío, la misma nadería.

Son los efectos de esa maldita peste llamada globalización, que tanto les encanta.

Javier Ortiz. El Mundo (24 de mayo de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 20 de abril de 2013.

Escrito por: ortiz el jamaiquino.2000/05/24 07:00:00 GMT+2
Etiquetas: españolismo el_mundo nacionalismo patria 2000 preantología cosmopolitismo | Permalink | Comentarios (0) | Referencias (0)

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