Cuando urge el equilibrio, tan problemáticas pueden ser las carencias como los excesos.
Todo el llamado proceso de pacificación de Euskadi sufre de muchas carencias -la de imaginación es realmente dramática-, pero también padece, e incluso más, de grandes excesos. El de la visceralidad -el de las diversas visceralidades que están en juego- es uno, y no pequeño.
Hablo con conocimiento de causa, porque yo mismo oigo con frecuencia el llamamiento de mis vísceras, y lo que es peor: a veces lo atiendo.
Estamos en un punto en el que los más hondos sentimientos de los unos y de los otros chocan: saltan chispas. Quienes sienten la idea de España -fuera o dentro de Euskadi- consideran que los nacionalistas quieren aprovechar el río revuelto para lograr la independencia. Razón por la cual dedican buena parte de su esfuerzo diario a ponerlos a caldo. Del otro lado, quienes alientan la idea de Euskadi piensan que los españolistas jamás se han apeado del caballo de Santiago Matamoros, y que hasta preferirían la vuelta al tiro, la goma 2 y el secuestro con tal de que nadie les llegue a tocar su sagrada unidad de la Patria.
Situado tantas veces geográficamente entre los unos y los otros, sé que ninguna de las dos cosas es totalmente verdad. Tampoco enteramente incierta. Todo tiene más vueltas y más revueltas. Todo es más potencialmente maleable. Todo es, en último término, tratable. Siempre que se dejen las vísceras para digerir y se use el cerebro para pensar.
No es verdad que los nacionalistas vascos tradicionales -me refiero a los dirigentes del PNV y de EA- quieran aprovecharse del proceso de paz para obtener de matute la independencia. Quieren la paz. Sinceramente. Sobre todo. Por supuesto que también aspiran a cotas más elevadas de autogobierno: si no, no serían nacionalistas.
Más dudoso es que sueñen con la independencia, por lo menos en el sentido tradicional de la palabra: con sus fronteras, sus Fuerzas Armadas propias y su sitio en la ONU. Y todavía más dudoso -pero que mucho más dudoso- es que se piensen que ese sueño es realizable en el actual escenario europeo.
Tampoco es verdad que la mayoría de los partidarios de la unidad de España en su sentido más tradicional -más centralista- estén dispuestos a liarse a bofetadas para mantenerla intangible. Quizá me equivoque -apelar a la razón obliga a relativizar también las propias percepciones-, pero no veo yo ninguna sangre serbia en las venas de España: aquí lo que la gente piensa mayormente es si podrá salir de fin de semana, o si queda con los amigos para echar una partida, o si estará bien tal peli o tal otra, o si Menganita o Zutanito le harán al fin caso.
Hay demasiada declaración enfática, demasiada víscera de escaparate. Pero la trastienda colectiva es, en realidad, mucho más propicia al arreglo, al entendimiento, a la paz. El problema quizá esté en los escaparatistas profesionales.
Javier Ortiz. El Mundo (11 de febrero de 1999). Subido a "Desde Jamaica" el 15 de febrero de 2013.
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