La correcta ortografía es importante, pero no tanto como algunos pretenden. O fingen pretender.
Ellos mismos lo saben. Saben que incluso quienes nos dedicamos a escribir de modo profesional tenemos de vez en cuando patinazos importantes, cuando no de auténtica vergüenza. (No diré aquello de que «quien esté libre de pecado tire la primera piedra» porque ya no sería la primera, ni mucho menos. Se ve que a más de uno le pasa con esto como con las ventosidades: que las ajenas les parecen horribles, pero las propias no les huelen tan mal).
No siempre los yerros ortográficos proceden del despiste. A lo largo de mis muchos años de profesión, muy afamados escritores me han entregado para su publicación originales cuya ortografía resultaba verdaderamente penosa. De haberlos mandado tal cual a la imprenta, la crítica los habría puesto de vuelta y media. En cambio, una vez convenientemente peinados con los puntos, las comas y los acentos en su sitio -con sus bes y sus uves, sus haches, sus ges y sus jotas, etcétera-, pasaron por piezas muy dignas. Algunas incluso lo eran.
Los fallos de ortografía pueden producirse por mera inadvertencia, por desidia dolosa o, incluso, por crasa ignorancia, pero también lo tengo comprobado por insuficiente memoria fotográfica. Es lógico que los adolescentes tengan menos memoria fotográfica que los adultos: han contado con menos tiempo para desarrollarla.
En todo caso, las faltas de ortografía no pueden tomarse directamente como prueba de incultura. Al modo de aquel individuo que era capaz de decir tonterías en cinco o seis idiomas, hay gente en cuyos escritos la única falta es... la de sentido.
Me molestan los errores ortográficos, pero me preocupo bastante más cuando me encuentro con escritos que contienen espantosos galimatías, de esos que te obligan a preguntarte qué narices es lo que su autor estará tratando de contar, en el supuesto de que esté tratando de contar algo. Es muy frecuente encontrarse con bodrios así en los mismos medios donde se pone a caldo a «estos chicos de ahora» que cometen tantas faltas de ortografía. Por lo demás, esos bodrios también suelen contener abundantes faltas ortográficas.
Me da que la batalla esta de la ortografía no es más que un modo de desviar la atención para que no se fije en los verdaderos problemas de la enseñanza secundaria. Que son, como casi siempre, de dinero. Predican para que no se note el poco trigo que dan.
Javier Ortiz. El Mundo (12 de febrero de 2002). Subido a "Desde Jamaica" el 27 de marzo de 2018.
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