Algunos alcaldes persiguen a los mendigos y los expulsan de sus dominios. Dicen que la mendicidad da mala imagen de sus municipios y que perjudica el negocio turístico. Qué pajarracos. La mendicidad no es una imagen, sino la expresión de una realidad social: hay pobres de solemnidad a los que el llamado «Estado del bienestar» deja al margen. De algo tienen que vivir. Y en algún lado. Puesto que subsisten pidiendo, es perfectamente lógico que busquen los lugares donde hay más dinero.
Mi aceptación de la mendicidad se refiere sólo, no obstante, a la del tipo A. La mendicidad del tipo A es la que ejercen quienes piden sin decir palabra, o venden pañuelos de papel, La Farola u otras revistas similares conforme a las normas de origen de la idea: limitándose a mostrar su producto al eventual comprador, sin utilizar técnicas comerciales agresivas ni maldecir a quien no les atiende.
Siento creciente antipatía, en cambio, por la mendicidad del tipo B. Me refiero a la que practican los que limpian parabrisas -o más bien los ensucian- quiera o no el automovilista; a la de los que se dedican a abordar a la gente por la calle y a perseguirla hasta que se rinde y les da algo; a la de los que se lanzan sobre el que está apaciblemente sentado tomando el sol en la terraza de una cafetería, con su cervecita y sus aceitunitas, y carece de escapatoria posible, y le cuentan una larguísima historia de desgracias interminables hasta que afloja la mosca. Este tipo de gente en realidad no mendiga: chantajea. Como no le den nada, sigue con el relato, o monta el pollo, insulta, escupe... Lo sé muy bien, porque a los de este género jamás les doy nada, de modo que soy víctima frecuente de sus iras.
Almunia ha pedido a Frutos que IU no se presente a las elecciones en varias provincias. Lo abordó de sopetón en público y le soltó una complicada historia de desastres que su partido ha sufrido, según él, en el pasado. Al parecer, en 1996 perdió montones de votos de izquierda que le correspondían -dice-, y por culpa de eso se ha encontrado en la calle obligado a pedir.
Frutos, que estaba tan tranquilo en una terraza tomando el sol, con su vermú y sus patatas fritas, a la espera de la campaña electoral, vio que o daba algo al pedigüeño o éste le montaba un número de aquí te espero, improperios y males de ojo incluidos. Así que se puso en plan muy amable y condescendiente: «Tranqui, que por mi culpa no te vas a quedar en las puertas de la Moncloa». Toma generosidad.
Que se ande con ojo. La práctica enseña que los mendicantes del tipo B, si ven débil a la víctima, no tardan nada en volver a la carga.
Javier Ortiz. El Mundo (29 de enero de 2000). Subido a "Desde Jamaica" el 3 de febrero de 2011.
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